La vida diaria está plagada de "pequeños" incidentes, por lo general de consecuencias menores. Muchas veces tan aparentemente inocentes que sólo se relegan a la condición de anécdota. A veces absurda, a veces cómica o dramática. Pero nada más. Pero al margen de su peculiaridad, cuando esos incidentes involucran e impactan en la sensibilidad de la comunidad, entrañan siempre algún significado. Suelen ser señal de los humores de la gente, buenos o malos, que laten debajo de su aparente indiferencia respecto de lo que ocurre fuera de su vida personal.
Ese es el caso del "incidente" del sábado en Aiquile, donde un matón de pueblo protegido por dos policías de civil, según informes de prensa, agredió a varias personas, entre ellas al director de radio Esperanza. Más allá del atropello, condenable por cobarde, contra los sujetos agredidos, el "incidente" deja algunos mensajes y una lección.
El primer mensaje es el de una preocupante tendencia a usar la fuerza, la violencia, la prepotencia y la impunidad para acallar voces disidentes. La víctima principal dirige un medio de comunicación que cumple su misión de informar sobre la vida en Aiquile y el país. Que ejerce su derecho constitucional a opinar sobre el manejo, bueno o malo, de la administración pública. Que satisface la necesidad de información o entretenimiento de sus oyentes, libres siempre de cambiar la frecuencia o apagar el aparato de radio si los mensajes no les interesan. El pretendido afán de intimidar al periodista implicó también atropellar un derecho constitucional de sus oyentes. El segundo mensaje nace de ese hecho. Por encima de su ideología o de sus preferencias y diferencias, la gente de Aiquile estalló enojada en defensa no sólo de los derechos humanos, civiles y sociales del periodista, sino también de sus propios derechos. En defensa de su libertad de elegir el medio de comunicación que prefiere. A que no se insulte su inteligencia obligándola a escuchar sólo los mensajes de quienes promovieron la agresión, no importa quiénes hayan sido.
La lección es que la gente reacciona siempre contra lo ilegal, el abuso, la prepotencia y el atropello. En defensa de sus derechos. Y por fortuna para nuestro país, se pone siempre del lado del más débil, de manera militante. Lo prueba la historia. Por eso fracasó siempre la teoría de aliarse al más fuerte y liquidar al más débil como fórmula para mantener el poder y las dictaduras y totalitarismos, por secantes que hayan sido, tuvieron siempre vida corta.
La lectura correcta de esos mensajes y el aprehender la lección de Aiquile tal vez ayude a resolver la tarea pendiente de investigar y sancionar tantos "incidentes" similares de los últimos tiempos que en la memoria de la gente no quedaron sólo como anécdota, antes de que la gota colme el vaso.
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