La ausencia de la titular de Justicia no fue el único detalle que ensombreció una ceremonia, que debió ser impecable, pues se trataba de seres humanos, a los que sus madres y familiares han llorado por 40 años, sin tener tumba dónde ponerles flores
¿Por qué no está presente la flamante ministra de Justicia, Cecilia Ayllón?, fue mi primer pensamiento al asistir al acto oficial de entrega de los restos mortales de tres guerrilleros ejecutados/desaparecidos desde septiembre de 1970. La ausencia de la titular de Justicia no fue el único detalle que ensombreció una ceremonia, que debió ser impecable, pues se trataba de seres humanos, a los que sus madres y familiares han llorado por 40 años, sin tener tumba dónde ponerles flores.
Quizá el Gobierno nacional prefirió no crear susceptibilidades en las Fuerzas Armadas, actualmente su aliado más sólido y leal.
No lo sé, es una especulación en la búsqueda de respuestas para explicar tanta improvisación y falta de respeto con el dolor. Pocos medios de prensa cubrieron el acto en el Instituto de Investigaciones Forenses.
El maestro de ceremonia confundía los nombres de los jóvenes que murieron en 1970 en Teoponte, como parte del movimiento guerrillero que siguió la semilla de Ernesto Che Guevara. No se daba cuenta de que un cajón contenía los restos del joven idealista Luis Barriga Luna (Martín). En otro cajón estaban juntos los huesos de Gonzalo Rojas Paredes (Jaime) y de su amigo y camarada Alberto Caballero Medinacelli, presuntamente fusilados entre Mapiri y Guanay; juntos murieron, juntos los quisieron enterrar sus familiares.
El discurso lo dio el viceministro de Justicia y Derechos Fundamentales, Nelson Cox, quien lamentó el poco presupuesto para las tareas de investigación sobre los desaparecidos. Se notó aquello hasta en los cajones, tan ordinarios, con un papelito blanco, sin una flor. No se les ocurrió convocar a un sacerdote o traer agua bendita, un responso, un consuelo para el alma que finalmente descansará en campo santo.
Cox, ¡qué dirán los guerrilleros sacrificados!, junto con la exministra Nilda Copa, solicitó el pasado septiembre la intervención (“investigación”) contra los marchistas, los más pobres entre los pobres, que defendían el bosque del Tipnis. Confusa actuación que quiso darle maquillaje legal al atropello a los derechos fundamentales de esos bolivianos.
En cambio, nadie invitó a María René Quiroga Bonadona, hermana de tres de los guerrilleros muertos (asesinados). La madre, María Luisa, fundó la Asociación de Familiares de Mártires y Desaparecidos por la Liberación Nacional (Asofam) y luchó por décadas contra los dictadores. María René, a diferencia de Cox, fue una de las mujeres valientes que renunció a la función pública como protesta por la violencia empleada contra la marcha del Tipnis. Ella prefirió quedarse sin trabajo que contradecir la lucha de sus hermanos en Teoponte.
No asistieron representantes de la Asamblea de Derechos Humanos. No estuvo Gustavo Rodríguez —quizá no pudo llegar—, cuya investigación histórica durante seis años permitió dar con los restos de al menos 12 de los 20 desparecidos entre julio y noviembre de 1970, en el norte tropical paceño. De los 67 que partieron, sólo un puñado sobrevivió.
Al día siguiente, familiares de Benjamín Cordeiro, Benjo Cruz, informaron que el Gobierno les entregó anteriormente restos que no eran los del amado cantante popular. Así, lo que debió ser emotivo y sagrado, fue deslucido y confuso.
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