Altos funcionarios gubernamentales están invirtiendo tiempo, inusitada energía y recursos del Estado para perseguir con pasión y ceguera a ciudadanos bolivianos de cualquier condición. En dicho liderazgo gubernamental no es posible escuchar un discurso que hable del presente con alegría ni del futuro con esperanza, sino que en cada actuación pública se esfuerzan por hacernos conocer el rencor que los anima y el deseo de venganza que los alimenta.
Bajo el argumento de luchar contra la discriminación o el racismo se cometen todo tipo de excesos y dislocadas justificaciones, pues racismo es todo lo que huela a disidencia con el ‘proceso de cambio’. Se escuchan amenazantes voces que tienen el mismo contenido: advertir y amedrentar a cualquier ciudadano que haga un comentario fuera del libreto. La Iglesia católica, hostilizada y bajo sospecha; los medios de comunicación y los periodistas, en la mira y acorralados; los analistas e intelectuales, bajo la lupa, intimidados o contratados. El hilo conductor es el mismo: iniciar juicios como empalizadas y al mismo tiempo vociferar que se avecina el tiempo de la depuración, de la limpieza, de la sanción. Las advertencias están cuidadosamente dirigidas a destruir la moral de las personas bajo sospecha. Esto es, todos o cualquiera que se aparte de la delgada línea roja.
Hay algunas excepciones en esta corrosiva conducta de desmoralización del ciudadano. Algunos intentan enamorar al país con el fascinante desafío teórico e histórico, como es la construcción del Estado Plurinacional Autonómico. Pero son voces solitarias. El país está desierto de esperanza y lleno de deseos de venganza.
El discurso de moda está en el verbo que hace temer a más de uno. “Hemos derrotado a la oposición en todos los ámbitos de la historia: políticamente, en las sucesivas elecciones y referéndums; en lo social, con la lealtad de los movimientos sociales; militarmente, con la destrucción de células terroristas y separatistas; jurídicamente, con la aprobación de la nueva Constitución”. Otras frases célebres orientadas a desmoralizar a los pocos adversarios que quedan son aquellas como: “Seremos inclementes en la aplicación de la ley”. Poniendo en evidencia que la justicia, en estos tiempos de cambio, depende de las pasiones y de los humores. Es así que se ajustan leyes, se preparan tribunales y cadalsos, se afinan protocolos para perseguir ciudadanos y cortar cabezas.
Otros adeptos al partido gobernante se encuentran en campaña, empeñados en convencer de que la candidatura presidencial para un tercer periodo constitucional es legítima. En ningún caso hacen gala de virtudes, sino de juicios para la destrucción de la imagen pública del ciudadano convertido en enemigo del Estado Plurinacional. Estamos atrapados en una guerra de advertencias y amenazas, que nos está dejando la desalentadora sensación de que estamos viviendo el tiempo de una feroz cacería de ciudadanos contra ciudadanos, de un prójimo contra otro, sin mecanismos de defensa, ni banalidades como la piedad o el perdón.
(*) Cientista político |
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