Durante los últimos años el único "aparato" estatal conocido en Bolivia ha sido el helicóptero o el avión, dependiendo del medio de transporte usado por el presidente Morales para trasladarse de un punto a otro del país, para inaugurar canchitas de fútbol, entregar cheques venezolanos o asistir a alguna fiesta popular abundante en guirnaldas y bebidas alcohólicas, aspecto que el propio primer mandatario ha comenzado a cuestionar desde que en San Julián muchos lo dejaron plantado. A otros sitios ha dejado de ir porque le silban y eso para él es intolerable.
El presidente Morales ha sido tal vez el gobernante que más compromisos ha asumido con quienes ahora él mismo llama "fuerzas sociales". Es curioso que ya no los denomine "movimientos" ni "sectores sociales', como lo hacía antes, para referirse a los clásicos sindicatos urbanos y rurales de trabajadores, de campesinos y de indígenas con quienes estableció una fuerte alianza que parece resquebrajarse sin posibilidades de restauración.
El caudillo viajante, que en un mismo día aparecía en distintos sitios del país y que bajaba el cielo con maletines llenos de plata en lugares donde nunca habían visto a un presidente y menos un helicóptero, ahora dice no tener tiempo para hablar con los indígenas. Manda a sus ministros y los rechazan porque precisamente fue Evo Morales el encargado de hacerles saber a todos que el Estado es él y nadie más que él: total, indivisible, indelegable, insustituible.
Y ahora se llaman "fuerzas sociales", porque el espectro clientelar del presidente, mejor dicho, del Estado Plurinacional, se ha ampliado generosamente. La mayoría de esas nuevas fuerzas pertenece a la economía ilegal que ha florecido de forma prodigiosa en los últimos años, gracias a las políticas aplicadas por el régimen. Los cocaleros, los contrabandistas de autos, los invasores de minas, los traficantes de tierras, los ayllus que negocian con el delito. Se trata de nuevas variantes de la impresionante fragmentación social, el eterno problema de Bolivia y que precisamente ha impedido consolidar un Estado dotado de leyes, de instituciones y de autoridad, que es la combinación de normas y ética, ambas dirigidas hacia la búsqueda del bien común.
Todas esas fuerzas y esos movimientos están encaminados hacia la contradicción, hacia el choque de intereses. Y pese a que los indígenas del Tipnis, en este caso, tiene a la Constitución de su lado, el presidente (el Estado), ha manifestado una preferencia clara y decidida por los cocaleros, cuyo interés por la construcción de una carretera se estrella no solo contra las normas, sino contra el bienestar de toda una comunidad, sobre la que supuestamente el MAS pretendía establecer un nuevo Estado Plurinacional, descolonizador, anticapitalista, respetuoso de la Madre Tierra y antidesarrollista, proyecto que sin duda alguna ha fracasado, para dar paso a sistema dominado por intereses absolutamente particulares atados a la mano del caudillo.
¿Cuánto puede durar todo esto? Solo depende de Evo Morales, como todo lo que está ocurriendo en el país. Lo más seguro es que este sistema de cosas, tal vez ha sepultado para siempre la esperanza de construir en Bolivia un Estado sólido, basado en leyes y en instituciones, que le den un horizonte de estabilidad y prosperidad a la ciudadanía.
El presidente Morales ha sido tal vez el gobernante que más compromisos ha asumido con quienes ahora él mismo llama "fuerzas sociales". Es curioso que ya no los denomine "movimientos" ni "sectores sociales', como lo hacía antes, para referirse a los clásicos sindicatos urbanos y rurales de trabajadores, de campesinos y de indígenas con quienes estableció una fuerte alianza que parece resquebrajarse sin posibilidades de restauración.
El caudillo viajante, que en un mismo día aparecía en distintos sitios del país y que bajaba el cielo con maletines llenos de plata en lugares donde nunca habían visto a un presidente y menos un helicóptero, ahora dice no tener tiempo para hablar con los indígenas. Manda a sus ministros y los rechazan porque precisamente fue Evo Morales el encargado de hacerles saber a todos que el Estado es él y nadie más que él: total, indivisible, indelegable, insustituible.
Y ahora se llaman "fuerzas sociales", porque el espectro clientelar del presidente, mejor dicho, del Estado Plurinacional, se ha ampliado generosamente. La mayoría de esas nuevas fuerzas pertenece a la economía ilegal que ha florecido de forma prodigiosa en los últimos años, gracias a las políticas aplicadas por el régimen. Los cocaleros, los contrabandistas de autos, los invasores de minas, los traficantes de tierras, los ayllus que negocian con el delito. Se trata de nuevas variantes de la impresionante fragmentación social, el eterno problema de Bolivia y que precisamente ha impedido consolidar un Estado dotado de leyes, de instituciones y de autoridad, que es la combinación de normas y ética, ambas dirigidas hacia la búsqueda del bien común.
Todas esas fuerzas y esos movimientos están encaminados hacia la contradicción, hacia el choque de intereses. Y pese a que los indígenas del Tipnis, en este caso, tiene a la Constitución de su lado, el presidente (el Estado), ha manifestado una preferencia clara y decidida por los cocaleros, cuyo interés por la construcción de una carretera se estrella no solo contra las normas, sino contra el bienestar de toda una comunidad, sobre la que supuestamente el MAS pretendía establecer un nuevo Estado Plurinacional, descolonizador, anticapitalista, respetuoso de la Madre Tierra y antidesarrollista, proyecto que sin duda alguna ha fracasado, para dar paso a sistema dominado por intereses absolutamente particulares atados a la mano del caudillo.
¿Cuánto puede durar todo esto? Solo depende de Evo Morales, como todo lo que está ocurriendo en el país. Lo más seguro es que este sistema de cosas, tal vez ha sepultado para siempre la esperanza de construir en Bolivia un Estado sólido, basado en leyes y en instituciones, que le den un horizonte de estabilidad y prosperidad a la ciudadanía.
Manda a sus ministros y los rechazan porque precisamente fue Evo Morales el encargado de hacerles saber a todos que el Estado es él y nadie más que él: total, indivisible, indelegable, insustituible.
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