Es asombrosa la tenacidad que tienen algunas sectas en perseguir el fin del mundo. No hay año que transcurra sin que se anuncie una catástrofe que acabaría con la vida en la Tierra. A este año bisiesto le ha tocado la proclama del “fin del tiempo” por ciertos grupos esotéricos, a partir de su interpretación de una “profecía” maya, pronto desmentida por expertos de esa cultura mesoamericana. De esa manera, el fin del mundo se convirtió en el más modesto final de un ciclo del calendario maya.
En Bolivia, los émulos de esos grupos no han dejado escapar la ocasión para practicar su deporte preferido: promover “encuentros internacionales”, a cargo de la Cancillería, repartición a la cual parece sobrarle tiempo, recursos humanos y presupuesto, debido a que sus funciones las cumplen, simultánea y descoordinadamente, por lo menos media docena de instituciones y autoridades.
¿Qué tiene que ver Bolivia con el 21 de diciembre? Nada. El solsticio de verano en el Sur, también por razones climáticas, no ha quedado registrado como una fecha relevante en las culturas andinas. Tampoco tuvo influencia el calendario maya, de modo que la adhesión a esa fecha me recuerda los paros “de solidaridad” que realizan algunos sindicatos, especialmente cuando tienen la seguridad de que no habrá descuentos.
El aporte original de los nuestros al “evento 21 de diciembre” ha sido la proclamación a los cuatro vientos del “fin del no tiempo”, concepto contaminado por la confusa mención al “fin de la Coca Cola”. No queda claro si el “no tiempo” incluye los últimos siete años de la revolución democrática y popular; lo que sí es evidente es que la nueva era comienza a la insignia de la “no ciencia”.
Los comentarios anteriores se desprenden de un par de documentos preparatorios para el encuentro, filtrados por la Cancillería, que reproducen la ya conocida faceta del esoterismo indigenista, practicada por algunos iluminados empeñados en cumplir una misión imposible, colonizar la cultura mestiza imperante en Bolivia e imponer una anacrónica sociedad rural indígena.
La lectura de esos documentos me recuerda la receta del famoso “puchero”: se pone en la olla cultural una lista de términos aymaras que pueden significar cualquier cosa, según el contexto y el autor; se mezclan teorías extravagantes y seudocientíficas para darle al plato un sabor “cósmico”; se crean, cual “nouvelle cuisine”, etimologías originalísimas (Indios = in-dios = sin dios), sazonadas con el infaltable ají picante del victimismo cursi de la historia “a la Galeano” y se mezcla el todo con la recocida teoría de la conspiración mundial. Al final, este excéntrico puchero despide olores de un mesiánico retorno al idílico mundo incaico, donde la gente vivía feliz bajo el cuidado paternal del “señor Inca”, sin guerras, ni sacrificios humanos, ni deportaciones forzosas de una región a otra y, “voilá” el plato está listo para ser servido el 21 de diciembre, nada menos que en la hermosa Isla del Sol.
Para muestra de la profundidad filosófica de que se hace gala desde un efímero poder que pretende fungir como garante de la falsa ciencia, bastará una cita textual del documento “Convocatoria-Invitación” que revela el misterio de la descolonización, expresivamente asociada a la digestión del original puchero cultural: “Como decía un gran maestro para descolonizarnos de verdad hay que comenzar con el colon que es la depuración del sistema intestinal que controla nuestras emociones, un colon dilatado implica un alto nivel de emocionalidad desordenada, un colon controlado y en buen funcionamiento refleja a una personalidad equilibrada”.
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