Se dijo que “una persona es sabia si aprende de sus experiencias, pero es aún más sabia si aprende de las experiencias de otros”. Pero el “hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra”, es decir que somos la única especie que caemos en los mismos errores y trampas. Y las trampas, frecuentemente las tiende el destino a los tiranos que abrigan la ilusión de que alcanzarán la esquiva y efímera gloria. Pero hay una constante: acaban mal….
Una de las características del déspota es su locuacidad. El dictador habla de todo y desnuda su ambición suprema: retener, a toda costa, el poder que “representa una fórmula muy descarnada que se identifica prácticamente con la fuerza”. Entonces ordena violentas represiones para prevalecer y ahogar legítimas protestas y los disensos.
El dictador cree que su voluntad siempre debe prevalecer; emula al Rey Sol, Luís XIV: “El estado soy yo”, y se le aplica el comentario del Duque de Saint Simon: “No había nada que le gustara más que los halagos, o, por decirlo más claro, la adulación; cuanto más basta y torpe era esa adulación, con más placer la acogía...” .
Las instituciones son los principales blancos del déspota. Cuando no clausura el congreso, que es la esencia del sistema democrático, lo cerca e impone parlamentarios a través del fraude electoral. Desfigura la administración de justicia y la vuelve obsecuente y dispuesta a perseguir judicialmente a opositores por supuestos delitos. En su vorágine de odio, el déspota se erige en feroz acusador y juez, violentando las leyes que él impuso y, por supuesto, las preexistentes.
El tirano usa los recursos públicos como suyos. Se da el lujo de ser generoso con dinero ajeno, y compra conciencias y alquila lealtades.
El opresor dice defender la libertad y los derechos individuales. Se ufana de ser demócrata, y se dedica a atemorizar y reprimir a sus oponentes, reales o supuestos. Incita a sus partidarios a defender su régimen de imaginarias conspiraciones para destronarlo y aun para asesinarlo. Es sensible a la crítica y cree ver agresiones en cualquier comentario independiente. Es, entonces, cuando arremete contra los periodistas, la prensa y las estaciones de radio y de televisión. Y si piensa que la diatriba y las acciones de hecho no son suficientes, busca monopolizar la información.
El dictador mantiene un entorno de favoritos. Los vigila y, a la vez, los protege. Son los encargados de urdir tropelías, venganzas, ataques, represiones y todo lo que piensan que sirve al sátrapa. Éstos, generalmente, manejan los hilos de la corrupción consubstancial al poder desmesurado. Cuando alguien de ese círculo no sigue las reglas es defenestrado. Es el precio que paga el que roba por su cuenta.
El tirano cree que es eterno. Dominado por sus afanes de opresión y por su soberbia, no advierte que el paso del tiempo siempre corre en contra de las dictaduras. Éstas, al fin, languidecen, y los opresores deben pagar por sus los excesos, violaciones a la ley, persecuciones y tropelías. Entonces sí se hace ostensible: “Sic transit gloria mundi” (Así pasa la gloria del mundo) que señala lo efímero de una supuesta grandeza.
Nota: Cualquier semejanza con situaciones y personajes actuales, no es coincidencia.
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