El Gobierno boliviano se ha metido en una guerra sin cañones con Chile de la que podría resultar seriamente dañado, mucho más de lo que quedó luego de la humillación que le encajó hace algunas semanas la diplomacia santiaguina en la Asamblea de la OEA celebrada en San Salvador.
El régimen de Evo Morales se ha propuesto desprestigiar a la democracia chilena, tras el insólito e inexplicable incidente de los 14 militares bolivianos que invadieron el territorio vecino, armados y a bordo de dos vehículos robados. En lugar de quedarse en las disculpas iniciales que fueron retribuidas con una actitud complaciente de las autoridades chilenas, que decidieron liberar a los soldados sin incurrir en mayores trámites ni investigaciones, ha recurrido a la estrategia del ataque y la provocación.
El presidente Morales no solo ha resuelto imponer una extravagante condecoración a los militares arrestados en circunstancias sospechosas, sino que ha anunciado que denunciará a Chile ante instancias internacionales por el supuesto trato inhumano del que fueron víctimas los flamantes “héroes nacionales”. En esta guerra Chile no está solo y lamentablemente para él, Evo Morales tiene muchos enemigos dentro de su propio bando y peor aún, últimamente se ha producido una inmensa cantidad de autogoles que vaticinan un resultado demoledor.
Qué posibilidades puede tener en esta batalla por la credibilidad, un Gobierno que acaba de ser acusado de “legalizar el robo” nada menos que por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, donde hay sectores empresariales y políticos que promueven sanciones contra Bolivia por decretar la amnistía de los autos ingresados al país de contrabando, medida calificada como “uno de los mayores premios al crimen organizado del que tenga noticia la historia de la humanidad”. En Chile ya existe una iniciativa en la Cámara de Senadores que también demanda castigo para el Gobierno boliviano.
Justo cuando Bolivia intenta estrellarse contra Chile buscando su descrédito, en Miami, un excolaborador de Evo Morales confiesa que es culpable de traficar cocaína a Estados Unidos y despierta gran expectativa mundial sobre las implicaciones del Gobierno nacional con el narcotráfico. Precisamente en estas circunstancias, el régimen del MAS incurre en una actitud inculpatoria y manda a la Asamblea Legislativa una propuesta de confrontación con la Convención de Viena de las Naciones Unidas sobre Estupefacientes que pone en entredicho el interés del país por acompañar las políticas internacionales de lucha contra el narcotráfico.
Es difícil conseguir la atención sobre la legitimidad de los reclamos que hace el Gobierno boliviano hacia Chile, cuando hay importantes grupos de disidentes internos que han denunciado públicamente al MAS y al presidente Morales por incurrir en el autoritarismo y la corrupción y por traicionar los postulados del proceso de cambio, el mismo que se han propuesto rescatar. Ni siquiera Evo Morales puede disimular el estigma en el que ha caído su administración cuando lamenta que los campesinos y las organizaciones sociales que habitan en las fronteras han abandonado las actividades productivas y se dedican al contrabando, proceso sobre el cual, el oficialismo no puede alegar inocencia.
Es obvio que en este contexto, es difícil para Evo Morales tratar de llevar adelante una guerra contra un enemigo externo, cuando sus principales adversarios son él y quienes lo rodean.
Cuando Bolivia intenta estrellarse contra Chile buscando su descrédito, en Miami, un excolaborador de Evo Morales confiesa que es culpable de traficar cocaína a EEUU y despierta gran expectativa mundial sobre las implicaciones del Gobierno.
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