El presidente está sorprendido por haber durado tanto en el Gobierno. Lo dijo antes de iniciar su séptimo año en el mandato y muy próximo a batir el récord de permanencia de un jefe de Estado en el poder en Bolivia. Evo Morales ha duplicado el promedio de duración de sus antecesores desde la fundación de la república, lo que explica su gran sorpresa. Si es así, entonces, para qué cambiar lo que está funcionando “a la perfección” y que, a juicio de los operadores del régimen, todavía tiene mucho por delante.
Esta deducción surge de las cosas que sigue repitiendo el primer mandatario en sus discursos y de los movimientos que acaba de hacer en su gabinete, donde los cambios realizados apuntan a que todo siga igual, sobre todo, la consolidación de una autocracia que se mantenga en el camino de monopolizar el poder a cualquier costo y como fin en sí mismo. Evo Morales identifica ocho problemas económicos, que se reducen a uno solo, el gas natural que lo ha mantenido muy preocupado últimamente.
El Gobierno seguirá insistiendo en afianzar el esquema económico extractivista que le ha asegurado en los últimos seis años un nivel de ingresos capaz de solventar su avanzada populista. Los precios internacionales de los hidrocarburos y de los minerales seguirán acompañando, como lo indican últimas tendencias, el proyecto político del MAS, que no anticipa un viraje significativo hacia la industrialización, la diversificación y cuando menos, hacia la garantía de la soberanía alimentaria de Bolivia a través de impulso a la producción. En la mente de los conductores del proceso de cambio sigue muy marcada la idea de que “la plata sobra” y en ese sentido no queda más que continuar con el “piloto automático”, mientras sigue en marcha la repartija de bonos, el despilfarro con la compra de satélites y aviones, la creación de empresas estatales sin ton ni son y el acelerado endeudamiento externo e interno, del cual, el presidente ha dicho no estar informado.
El presidente sigue comparándose con los gobiernos anteriores al 2005, cuando en realidad no hay punto de comparación si observamos la descomunal diferencia en el nivel de ingresos. Lo ideal sería que Evo Morales, o los que debieran informarle adecuadamente de los asuntos económicos, comparen las cosas que se han hecho en Bolivia durante este periodo de bonanza de las materias y lo que han logrado otros países como Perú, Brasil o Chile en la lucha contra la pobreza, el crecimiento y otros factores que siguen agobiándonos como sucedía antes del 2006.
Se creía que Evo Morales mostraría algunos gestos de conciliación durante su discurso del domingo. Sus amenazas, sus denuncias hacia los indígenas, su delirio de persecución que ahora lo lleva a afirmar que los marchistas del Tipnis querían lincharlo, no hacen más que confirmar que desde el punto de vista político la actitud seguirá siendo la misma, sobre todo después de confirmar que Juan Ramón Quintana vuelve a su lado como ministro de la Presidencia, seguramente para reconducir la actitud pendenciera y guerrerista de los primeros tres años de este régimen.
No se equivocan quienes observaron en las palabras del presidente Morales una tediosa repetición de viejos discursos, un exceso de confianza en sus estrategias para conducir el país y una permanente alusión al pasado con el objetivo de mostrarse exitoso y diferente. En sus actitudes, sin embargo, comienzan a notarse indicios de la preocupación del Gobierno por la realidad que en Bolivia no siempre suele acompañar a pie juntillas los lineamientos de un régimen. La decisión de ceder ante los discapacitados para desactivar un conflicto que comenzaba a causarle problemas, es un reflejo que delata el verdadero sentir de autoridades que, como dice el presidente, todavía no saben cómo es que han aguantado tanto tiempo.
Esta deducción surge de las cosas que sigue repitiendo el primer mandatario en sus discursos y de los movimientos que acaba de hacer en su gabinete, donde los cambios realizados apuntan a que todo siga igual, sobre todo, la consolidación de una autocracia que se mantenga en el camino de monopolizar el poder a cualquier costo y como fin en sí mismo. Evo Morales identifica ocho problemas económicos, que se reducen a uno solo, el gas natural que lo ha mantenido muy preocupado últimamente.
El Gobierno seguirá insistiendo en afianzar el esquema económico extractivista que le ha asegurado en los últimos seis años un nivel de ingresos capaz de solventar su avanzada populista. Los precios internacionales de los hidrocarburos y de los minerales seguirán acompañando, como lo indican últimas tendencias, el proyecto político del MAS, que no anticipa un viraje significativo hacia la industrialización, la diversificación y cuando menos, hacia la garantía de la soberanía alimentaria de Bolivia a través de impulso a la producción. En la mente de los conductores del proceso de cambio sigue muy marcada la idea de que “la plata sobra” y en ese sentido no queda más que continuar con el “piloto automático”, mientras sigue en marcha la repartija de bonos, el despilfarro con la compra de satélites y aviones, la creación de empresas estatales sin ton ni son y el acelerado endeudamiento externo e interno, del cual, el presidente ha dicho no estar informado.
El presidente sigue comparándose con los gobiernos anteriores al 2005, cuando en realidad no hay punto de comparación si observamos la descomunal diferencia en el nivel de ingresos. Lo ideal sería que Evo Morales, o los que debieran informarle adecuadamente de los asuntos económicos, comparen las cosas que se han hecho en Bolivia durante este periodo de bonanza de las materias y lo que han logrado otros países como Perú, Brasil o Chile en la lucha contra la pobreza, el crecimiento y otros factores que siguen agobiándonos como sucedía antes del 2006.
Se creía que Evo Morales mostraría algunos gestos de conciliación durante su discurso del domingo. Sus amenazas, sus denuncias hacia los indígenas, su delirio de persecución que ahora lo lleva a afirmar que los marchistas del Tipnis querían lincharlo, no hacen más que confirmar que desde el punto de vista político la actitud seguirá siendo la misma, sobre todo después de confirmar que Juan Ramón Quintana vuelve a su lado como ministro de la Presidencia, seguramente para reconducir la actitud pendenciera y guerrerista de los primeros tres años de este régimen.
No se equivocan quienes observaron en las palabras del presidente Morales una tediosa repetición de viejos discursos, un exceso de confianza en sus estrategias para conducir el país y una permanente alusión al pasado con el objetivo de mostrarse exitoso y diferente. En sus actitudes, sin embargo, comienzan a notarse indicios de la preocupación del Gobierno por la realidad que en Bolivia no siempre suele acompañar a pie juntillas los lineamientos de un régimen. La decisión de ceder ante los discapacitados para desactivar un conflicto que comenzaba a causarle problemas, es un reflejo que delata el verdadero sentir de autoridades que, como dice el presidente, todavía no saben cómo es que han aguantado tanto tiempo.
El Gobierno seguirá insistiendo en afianzar el esquema económico extractivista que le ha asegurado en los últimos seis años un nivel de ingresos capaz de solventar su avanzada populista.
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