Enrique Bachinelo desde San Francisco nos cuenta su testimonio.
El pasado 1o de Mayo, en la ciudad de Los Ángeles, California se cumplía una manifestación de protesta exigiendo que el Congreso de los Estados Unidos proceda a la aprobación de la ley de reforma migratoria justa, para legalizar la estadía de millones de inmigrantes indocumentados que radican clandestinamente en este país. Al grito de “Sí, se puede”, “Aquí estamos y no nos vamos” coreado por miles de gargantas, hicieron retumbar las calles de Los Ángeles. El mar de banderas americanas que volaban sobre esa masa humana, dio el toque de color. “Horrible, horrible es mi suerte; mi situación maldecida; tedio me causa la vida…” El pasado año en la misma fecha se concentraron multitudes nunca vistas en las calles de esa ciudad y sus repercusiones llegaron a todas las ciudades americanas que también se hicieron presentes para sumarse a las marchas apoteósicas nunca vistas en Norte América.
La marcha había llegado a la plaza MacArthur, una de las más grandes de esa ciudad, repentinamente la policía armada con equipo de combate, procedió a atacar a los manifestantes ordenando que se retiren inmediatamente de ese lugar; la gente invadida por el terror comenzó a correr a cualquier parte. La gente fugaba sucia de alaridos; se dispersó como plumas de gallina. Hombres, mujeres y niños de rostros derrocados revoloteaban por la plaza. Los uniformados atropellaron a un grupo de bailarines folclóricos y a los marchistas con sus motocicletas antimotines, equipadas para estos actos. Seguidamente procedieron a repartir golpes con sus bastones. La repartija de macanazos, patadas, siguió a una lluvia de balas de goma que causaron daños y heridas. Ese día la policía tampoco respetó los derechos de la prensa y durante su operativo de dispersar a los manifestantes también periodistas y reporteros gráficos recibieron su parte de golpes y siete de ellos sufrieron lesiones graves. La curva vomitó a los carros policiales y las ambulancias se hicieron presentes para dar punto final al destrozo de esa manifestación. La ciudad fue abrumada por la imbecilidad humana.
El Alcalde Antonio Villaraigosa, que se había ausentado a El Salvador y México, ordenó una inmediata investigación y la semana pasada las autoridades de la policía de Los Ángeles determinaron que la orden de la violencia fue impartido por el comandante Louis Gray, que estaba a cargo del puesto de mando en la plaza MacArthur. El jefe de policías de Los Ángeles William Bratton, decía que el subjefe Cayler y el comandante Gray son los responsables de la brutalidad policial. El lunes el jefe Bratton anunciaba que Carter fue degradado de subjefe a comandante y ordenado a permanecer en su casa, mientras que Gray fue retirado de las calles y enviado a cumplir labores administrativas.
Lamentablemente, luego de dispersadas las multitudes de marchistas en 2006, el gobierno lanza sus medidas persecutorias, iniciando una serie de redadas al extremo de dividir a las familias: A las madres de sus hijos, esposos expulsados sin darles tiempo para avisar a su gente. Esa unidad multitudinaria se perdió y los indocumentados fueron divididos y perseguidos. Una universal debilidad destruyó la rabia. De otro lado, el gobierno dictaba normas para disponer que las empresas que trabajan con ilegales como mano de obra barata, sean suspendidos inmediatamente. Esas medidas causaron la reacción de las empresas privadas y en algunas de ellas continúan trabajando de manera clandestina.
El compás de espera de un año, la persecución inhumana y los despidos de los trabajos, volvieron a hacer madurar la reacción de los trabajadores ilegales y, con motivo del 1º de Mayo del 2007, fecha dedicada al trabajadorísimo del mundo, procedieron a retomar el camino de la protesta exigiendo la aprobación de leyes que resuelvan el estatus de indocumentados. Ahora se abre un gran interrogante: ¿Que pasará en el Congreso Americano? ¿Se aprobarán las leyes exigidas por años por los ilegales? ¿Se suspenderán las redadas y deportaciones? "Quien hace imposible la revolución Pacifica, hace inevitable la revolución violenta" John F. Kennedy.
Nuestra Señora de Los Ángeles es la segunda ciudad más grande de los Estados Unidos en términos de población. Fue incorporada como ciudad en California el 14 de abril de 1850 y es el centro administrativo del condado y la ciudad más grande del Estado de California. Para 2005, la población estimada era de 4 millones, 9.8 millones en todo el condado y 21 millones en el Área Metropolitana de Los Ángeles. La ciudad es grande además por valores geográficos, ya que se extiende a lo largo de 465 millas cuadradas (1.200 kilómetros cuadrados.
Aproximadamente 12 millones de indocumentados radican en la Unión, los que cumplen su trabajo silenciosamente en cualquier lugar del país. La agricultura en California ocupa grandes cantidades de estos trabajadores. Las fábricas, las corporaciones de limpieza, los hoteles y restaurantes, tienen un punto alto en la contratación de esta gente y finalmente el trabajo doméstico, el cuidado de niños y ancianos ocupa a miles de mujeres. Es importante recalcar que si bien el mayor número de personas sin documentos son latinos, es decir, provenientes de centro y sur América, pero también existen europeos, asiáticos, especialmente chinos
La tragedia humana se repite todos los días: la fuga de cientos o miles de ciudadanos de cualquier parte del tercer mundo buscando trabajo. Europa y Norte América son los continentes de mayor invasión de indocumentados. ¿Cómo entran los ilegales? Es otro tema de suyo muy delicado y merece ser estudiado con detenimiento, tanto por los propios países sumidos en la pobreza, la desocupación y la violencia, como de los países capitalistas y altamente industrializados. Las Naciones Unidas debería coordinar en la búsqueda de recursos económicos para invertirlos en los países subdesarrollados. Una forma de evitar la fuga del capital humano.
Una virtud necesaria para vencer en la vida es: La Persistencia. Los griegos no se iban a ir nunca hasta no vencer. Ellos sabían que no hay piedra que no se rompa, ni pared que no se derrumbe si seguían golpeando.
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