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jueves, 7 de marzo de 2013
pocas lágrimas, mucho llanto, angustia, desprotección y especialmente incertidumbre (el penoco llorando a Chávez)
Muy pocas lágrimas tras la muerte de Hugo Chávez, salvo las que derramaron los venezolanos de a pie al conocer la noticia y también las que tuvo que mostrar ante las cámaras el vicepresidente Nicolás Maduro en el momento de transmitir el desenlace. Al parecer había una consigna entre los líderes que han heredado el chavismo de emitir señales de seguridad, de unidad, de fortaleza, todo menos el pánico que de verdad existe entre los que ahora tienen la penosa tarea de soportar la inmensa carga que les ha dejado el caudillo, un líder que no dejaba crecer nada bajo su sombra porque se creía inmortal.
Derramar lágrimas hubiera significado corroborar ese miedo que de todas maneras se metió colado en la torpeza con la que manejaron el retorno del paciente a Caracas; habría significado admitir el temor a que el chavismo se desintegre en mil pedazos y que la economía venezolana explote por el déficit, la inflación, la escasez y los apagones, herencias que caerán como lanzas sobre los pobres delfines chavistas y, por supuesto hubiera sido la manera más clara de admitir que sin Chávez se acaba el padrinazgo económico y político de muchos y con ellos el Socialismo del Siglo XXI. Eso lo siente el pueblo y lo expresa sin disimulos. Algunos líderes que deberían ser más reservados no se aguantaron y berrearon nomás.
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