Durante décadas, los latinoamericanos vivimos convencidos -sin importar la posición política- de lo desagradable que son los Estados Unidos. Porque no hay latinoamericano que se anime a admirarlos de frente. Para muchos llegar allá por una vacación, ir a Disney, comprar lo último o solazarse con sus monstruosas hamburguesas, es una excentricidad impostergable. La mayoría prefiere ignorar lo que ha aportado a la civilización en términos de estudios, descubrimiento, investigaciones y las cantidades siderales de recursos que utilizan para investigar vacunas, medicamentos, adelantos científicos, que no son para su uso exclusivo. No hay país que no use como referencia, por ejemplo, los informes que evacúa la FDA, quien dictamina si tal o cual producto es favorable o nocivo para el consumo de la población. De todas las poblaciones.
Viajar es un impulso casi irrefrenable para ver cómo viven, aunque se vuelva despotricando por el consumismo del que bien disfrutamos unos días. Pero preferimos pensar en que es lo que se creen para ser tratados como el país de los países. Nunca ha faltado el discurso en sentido que nadie ha designado al Presidente norteamericano como el Presidente del mundo mundial. Y de pronto irrumpe un personaje, que rompe los esquemas, que decide poner los intereses de su propio país por delante del rol asignado y que habla de inclusión de masas de "olvidados" en su propio territorio y se arma la tole tole. Pareciera que sólo los demás tenemos el derecho de optar por otra cosa cuando los políticos "tradicionales" nos cansan y nos aburren. Trump anda diciendo cosas que consideramos no tiene derecho. Coincidimos que su estilo es irritante, hasta odioso. Nos molesta esta recién adquirida autonomía de haber desarrollado un discurso confrontacional sin importarle no agradar a todos.
Evidentemente Donald Trump no le debe nada a la simpatía y mucho menos obedece a la imagen de un político carismático y seductor. Ya hemos hablado de que hasta su apariencia física y sus gesticulaciones, hacen que sea repelido por esa costumbre que los presidentes gringos sean de buena facha, más cercanos a Hollywood, se vistan bien y sepan comportarse de acuerdo a los cánones establecido de una persona de semejante nivel. Es feo, es desagradable y esos son aspectos que le importan muy poco. Con una gran seguridad en sí mismo, producto de sus resonantes éxitos empresariales además de su debilidad por lo mediático, su narcisismo y su egocentrismo, juegan en su contra desde nuestro punto de vista. Pero los norteamericanos lo votaron y lo eligieron. Y su diferencia lo ha logrado. Todo el cinturón externo del territorio americano, la intelectualidad y los de más "mundo" lo repelen sin disimulo. Pero lo que está dejando un tanto descolocados a la élite financiera de Wall Street, es la constante subida de los mercados. Algo bueno debe estar diciendo que los capitales, normalmente más asustadizos que un mapache, aunque incómodos, no lo están tanto.
Los gringos de "tierra adentro" que son los menos contaminados, se están viendo representados. La globalización y las políticas de puertas abiertas, los ha dejado detenidos en el tiempo. Varios son los Estados de la unión, que asemejan un cuadro pintado en la pared. Es indudable que ellos también tienen una vasta población que ha quedado congelada en una era y en el espacio. Nosotros que hemos clamado por la inclusión de compatriotas que permanecieron postergados, alzamos el grito al cielo si es a un gringo al que se le ocurre desarrollar programas y políticas de inclusión en su propio país.
El que se crean dueños del mundo, molesta de sobremanera. Pero si deciden mirarse para adentro y priorizar sus propias realidades, les negamos el derecho. Es obvio que varios de los planteamientos de Trump no pueden ser mirados con benevolencia. Y entre ellos, el tema migratorio es el que más urticaria produce. Alzar un muro para frenar el ingreso de mexicanos y latinos, es un rasgo de puro despotismo. Durante décadas fueron bien recibidos o al menos se miraba para otro lado porque por supuesto una mano de obra barata y servicial, les fue de gran utilidad. El aporte de los migrantes latinos, es indiscutible y no es allí donde radica la ojeriza de Trump. Necesitaba un discurso convincente para los habitantes de pequeñas ciudades del medio y logró convencerlos. Y está en su derecho. Él y sus seguidores.
La generalización que ha hecho sobre los musulmanes que quieren ir a Estados Unidos, o de los que ya están viviendo allí, ha tenido la sutileza de un elefante. Aunque no su inteligencia. Este es el meollo del asunto. Es el estilo de Donald Trump lo más chocante. Es muy complicado separar sus ideas de su forma de expresarlas y su actitud en general. Hay quienes no tiene ni idea del fondo de las cuestiones pero no desean pensar por qué es inevitable que sea el objeto de la repulsa general. Solo el tiempo dirá. Lo que Trump no ha oído es aquello de que la mujer del César no sólo tiene que ser virtuosa. Tiene también que parecerlo.
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