Evo Morales, así lo dice su biografía autorizada, entró en la vida sindical gracias al fútbol. Se conoció con sus nuevos vecinos en el Chapare gracias a sus habilidades con la pelota, estos vecinos cultivaban coca y tenían una organización que llamaban sindicato. Era un sindicato sui géneris, porque ellos eran propietarios de tierras, pero así fueron conocidos y eso posiblemente los benefició enormemente a la hora de despertar simpatías foráneas.
Evo primero fue secretario de deportes de esa asociación y luego hizo carrera hasta convertirse en el secretario general de las seis confederaciones de sindicatos de Cochabamba Tropical . Y ahí estaba el problema, porque estos productores de coca vendían ese producto a gente que luego revendía la non sancta hoja a los productores de pasta base de cocaína.
La actividad agrícola de esa gente estaba desde un principio contaminada con el narcotráfico, pero aún podemos decir que el dirigente Morales jamás se involucró directamente con ese comercio vil (de ser así hubiera sido enjuiciado y eventualmente extraditado en un dos por tres); sí se dedicó a defender a ese colectivo y a distorsionar la realidad.
El Chapare fue desde los años 90 un territorio privilegiado (más allá de la intervención norteamericana en determinados períodos) con carreteras asfaltadas que lo unían a los tres mercados más importantes del país. La coca no era, bajo ningún punto de vista, la única alterativa de producción, aunque, sin lugar a dudas, era la mejor, sucede siempre con las prohibiciones.
Evo fue el campeón de la gente que producía coca para que ésta se convirtiera en cocaína, mimado por una izquierda antinorteamericana, ante todo porque era una piedra en el zapato del imperio. Una buena parte del mundo se tragó la especie, el cuento, la incongruencia de que en realidad los campesinos que producían coca no eran socios con poco riesgo de los narcotraficantes, sino víctimas del narcotráfico.
La célula madre del proyecto Evo tenía pues dos componentes desastrosos: la relación indirecta, si se quiere, pero no tanto, con la producción de cocaína, considerada aún hoy por el establishment mundial, incluida China, como muy perniciosa, y la tendencia a tergiversar las verdades, a presentar una cosa por otra, a llamar sagrado un producto que en realidad tenía interés por su gran valor económico.
Nadie va a negar el gran bienestar económico y los avances que se han dado en algunos aspectos durante el gobierno de Evo Morales, pero está la impostura, el decir una cosa por otra, el ocultar cifras y el inventárselas (más allá de no poder leerlas), la contradicción absoluta entre enunciados ecologistas y de respetar a la Madre Tierra, la intención de hacer inmensas represas y un centro de energía nuclear, la impostura de los 36 idiomas oficiales, cuando no se ha hecho nada por consolidar siquiera los tres más hablados, la impostura de pretender una sociedad socialista, donde se ha creado un sistema de núcleos de enriquecimiento inimaginables hace unas décadas, y el desmantelamiento de la institucionalidad, pretendiendo hacer lo contrario.
La lista de incoherencias es larguísima y no podría entrar en una columna; sin embargo, éstas no se han ido haciendo poco a poco, éstas estaban allí desde el principio, sólo se han ido acumulando y agrandando, y todo empezó no hace 11 años, sino mucho, mucho antes.
La nueva ley que agranda el espacio de plantaciones de coca legales no sólo en la región tradicional, sino en esa zona que ha tenido que aclimatar al producto, que de hecho tiene características distintas, no puede tomar por sorpresa a nadie, estaba también en el ADN de este gobierno.
Quien una vez apoyó a Evo Morales, sea el 2002, el 2006 o el 2011, tiene, antes que mostrar su desagrado por lo que está sucediendo, hacer un profundo acto de contrición, un mea culpa sonoro, porque esto se sabía desde el primer momento.
Agustín Echalar Ascarrunz es operador de turismo.
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