El Gobierno pretendía meter un golazo electoral de media cancha con el doble aguinaldo y lo que parecía muy clarito en la cancha, corre el riesgo de que se pierda en la mesa. Y lo que ocurre, como sucedió con el Gasolinazo, es que las autoridades del MAS están convencidas que ellas tienen la capacidad de tomar cualquier decisión y que a los bolivianos no les queda más remedio que acatar.
Eso no es tan sencillo y menos en Bolivia, donde la mejor respuesta para cualquier cosa complicada o que no se entienda es oponerse. El gabinete supuestamente ha logrado convencer a los empresarios de pagar el doble aguinaldo, pero esa es la mitad de la batalla ganada, ahora hay que buscar cómo.
En esta parte han comenzado a surgir propuestas de todo tipo, “que rebajarime”, “que a este le pago y a este no”, “que me toca a mí y por qué a él”, al punto que existe el peligro que todo quede en cómodas cuotas mensuales, a largo plazo y con anestesia, mientras tanto los precios suben sin ningún tipo de miramiento, tal cual pasó con el fallido incremento del precio de los combustibles: todo subió menos la gasolina.
Y falta calmar los ánimos de los jubilados y hasta de los campesinos y cocaleros que también quieren su bonito. Mientras tanto una ministra reclama por qué los trabajadores no festejan. Menos mal que se pasaron un año pensando en esta medida.
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