"EL CAMINO AL PALACIO ESTUVO ALFROMBRADO CON LA COCA"
expresa el estadista "a resolver el problema sin complejos" enumera 8 puntossin embargo no llega al ideal: COCAINA CERO. COCA CERO.
El estudio realizado por la Unión Europea sobre la coca recientemente presentado por el Gobierno, al margen de su anacronismo (iniciado en 2008, terminado en 2010 y ¡hecho público recién en 2013!), coloca definitivamente los puntos sobre las íes en uno de los temas cruciales de la cultura, la política y la sociedad bolivianas.
No es que descubramos lo que es obvio, es que las opiniones cargadas de subjetividad tienen ahora un ancla a partir de la cual se pueden sacar conclusiones incuestionables.
Primera conclusión. El objetivo “coca cero” que en algún momento fue política conjunta de los Gobiernos de Estados Unidos y Bolivia, era un despropósito.
Segunda conclusión. El consumo tradicional es importante y probablemente se ha incrementado significativamente, sobre todo en los llanos (tres de cada 10 bolivianos mastican habitualmente la hoja).
Tercera conclusión. El volumen utilizado para la industrialización es insignificante y su potencialidad no es muy grande.
Cuarta conclusión. La mayor parte de la producción de hoja se convierte en cocaína y sus derivados, que son parte del mercado ilegal, narcotráfico y crimen organizado. Vale la pena recordar aquí que los cuatro principales consumidores mundiales de cocaína son: 1. Estados Unidos, 2. Brasil, 3. Argentina y 4. España.
Quinta conclusión: Sorprendentemente la exportación a la Argentina (aparentemente legal) es extraordinariamente alta (1.400 t). Cubre un inmenso mercado de akullikadores en el norte del vecino país.
Sexta conclusión: Las 25.000 hectáreas cultivadas duplican largamente lo que el país requiere para su consumo.
Séptima conclusión. Las 12.000 hectáreas legales contempladas por la Ley 1008 son generosas en cuanto a los requerimientos nacionales, por lo que la cifra no necesita ser modificada.
Octava conclusión. Por primera vez contamos con información concreta y razonablemente fiable sobre una cuestión crucial que permite la aplicación de políticas nacionales sobre el tema. Políticas no basadas en la presión intolerable de los Estados Unidos ni en los argumentos sesgados de los cocaleros.
Estos hechos nos obligan a todos. Hay que colocar en su exacta dimensión el contexto ritual de la hoja y desacralizarla como símbolo de todos los “dones” de nuestros antepasados. Hay que establecer una política de Estado que defina metas y tiempos de reducción consensuada de cultivos hasta el límite necesario. Hay que hacer una nueva definición –basada en el realismo político– de los espacios geográficos de los cultivos que cubran las 12.000 hectáreas mencionadas y a partir de esos parámetros terminar con los territorios libres, la arbitrariedad y la impunidad en regiones controladas por sindicatos amparados en su poder, poder alimentado por la evidencia de que el camino al palacio de gobierno estuvo y está alfombrado de hojas de coca.
El estudio de la Unión Europea se mantuvo en reserva por la gigantesca presión de los sindicatos cocaleros, presión que revela la verdadera naturaleza de las relaciones actuales entre el Gobierno y uno de sus pilares fundamentales. Hay alguien en esa ecuación que está de rehén. Son las ironías de la historia. Del otro lado del escritorio, por mucho que Morales ostente el cargo de secretario ejecutivo de la federación, es consciente de que su primera obligación es la que le demanda la presidencia de 10 millones de personas. Escoger no debería ser difícil, pero la realidad es cruda y la dificultad salta a la vista. Sin embargo, la responsabilidad de Estado no deja ningún margen de juego, o no debería dejarlo.
No se trata, como podría parecer, de una ingenuidad. La verdad objetiva es que el único Gobierno que puede encarar esta tarea con posibilidades de éxito es el del presidente Morales. ¿Por qué debe hacerlo? Por razones éticas sin duda, por los compromisos internacionales de Bolivia, también; pero por sobre todas las cosas por una elemental mirada de futuro. El país, el propio Gobierno, están jaqueados por el narcotráfico, los riesgos de que la situación se salga de control son cada vez más altos. El incremento de la violencia, se vive diariamente en nuestras principales ciudades, el descaro con el que se produce droga no tiene límites, la presencia del crimen organizado y de carteles de droga se percibe cada vez más, el vínculo entre productores y sindicatos y el crimen organizado puede intuirse sin demasiado esfuerzo por la naturaleza del circuito de producción, tráfico y consumo.
La primera prioridad es un camino que termine con el discurso de la hoja sagrada y que, aceptando sus usos tradicionales, reconozca a su vez que incluso el consumo inmoderado por la vía del akulliko produce adicción y que esa adicción, como cualquier otra, no puede ni celebrarse ni fomentarse. No tiene asidero alguno convertir el defecto en virtud. La coca como instrumento de opresión colonial fue elevada a los altares en el último cuarto de siglo por razones sindicales y políticas. Fue la respuesta natural al extremo irracional de la política estadounidense que condujo al abismo al sistema político de la primera fase de la democracia (1982-2003). Hoy esa fase terminó y no puede seguir como argumento para no dar un giro radical en el que se juega la suerte de toda la sociedad.
El primer mandatario debe analizar sin complejos lo que el problema significa hoy y el abismo ante el que está el país si no es capaz de encarar la búsqueda de soluciones a los graves desafíos que tiene por delante. Insisto, éste como ningún otro gobierno tiene la posibilidad de resolver el entuerto, o de hacerlo tan grande que terminará destruyendo valores, convivencia, paz interna y por supuesto la propia gobernabilidad que le proporcionó a el mismo.
El autor fue Presidente de la República
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