El caudillo exige lealtad. Los líderes no pueden existir sin gente leal, tanto en la milicia como en la política. La historia nos lo reitera con escasas excepciones. Los mismos pueden convertirse en dictadores. La historia latinoamericana así lo comprueba, pero es una decisión muy riesgosa para ellos mismos. Las dictaduras tienen finales trágicos, aunque sea con analgésicos hospitalarios de por medio.
Evo Morales es presidente, líder y caudillo. Esas tres dimensiones han sido confirmadas en los últimos diez años de nuestras vidas. Pudo haber optado por ser el mejor presidente de Bolivia, pero tras su ambición de postularse a una nueva reelección esa opción quedó ya desvirtuada. Las reelecciones no son buenas para ningún ser humano ni para sus familiares. El ejemplo de Fidel Castro y de su hermano Raúl es lamentable. Las monarquías de siglos pasados determinaban el traspaso de la Corona de padres a hijos o hijas, pero su transferencia a un hermano menor y más aún con el título de monarquía comunista ha sido un evento deplorable.
Hugo Chávez lo hizo mejor que Fidel. Eligió a Nicolás Maduro. Si su elección fue o no un fracaso es harina de otro costal, pero Chávez no designó para sustituirle ni a una de sus hijas, ni a otro uniformado sino a un civil, dirigente sindical y conductor, primero de buses y después del metro caraqueño.
Pero tras diez años de gobierno ininterrumpido Evo sigue siendo el único. No dice nada bien ni de su “entorno palaciego”, ni del Movimiento al Socialismo (MAS), ni de él mismo. Sólo Evo puede sustituir a Evo. No creo sea buena noticia para Bolivia. Los personalismos indefinidos pueden terminar de mala manera. Juan Domingo Perón en la Argentina y Augusto Pinochet en Chile son dos ejemplos de ello.
Gracias, epi
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