Parece una batalla perdida. La inseguridad en las calles de La Paz —y seguramente del resto del país— es tal, que ni los automóviles más sofisticados, más blindados, escapan al robo de sus partes. Por el contrario, cuanto más mecanismos de previsión se toma con los vehículos, con más saña actúan los ladrones que destruyen, literalmente, el panel hasta dar con las piezas codiciadas.
La ausencia de policías en las calles permite el libre accionar de los delincuentes. Les facilita del todo su trabajo. Al propietario de un auto sólo le queda encomendarse a alguna divinidad para no ser el próximo en sufrir el asalto.
Tal agresión, sentimientos de impotencia de por medio, va a derivar en la necesidad del agredido de comprar sus propias piezas robadas en el mercado negro. No pocas veces, el ladrón llama al propietario para exigirle el pago que le permitirá recuperar las partes. En otras palabras, el círculo vicioso perfecto.
La Policía lo sabe. Las aseguradoras lo sufren. Pero el negocio va viento en popa. Según la Asociación Boliviana de Aseguradores, del 2007 al 2009, el costo de los robos se ha incrementado en 308 por ciento. ¿No hay nada qué hacer?
Se necesita más efectivos en las calles. Definitivamente. Para eso existe la institución policial; de lo contrario, es como estar en una tierra de nadie.
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