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martes, 23 de agosto de 2011

el fin de Gadafi o "un tirano menos" como denomina El Dia, plantea al mundo la elección de la democracia como sistema de gobierno, sin trampas, con transparencia y honestidad, porque también en "nombre de la democracia" se entronizan autocracias como en Bolivia


Luego de más de seis meses de combates, más de 7.500 ataques de las fuerzas de la OTAN y una cifra aún no cuantificada de muertos y heridos, el dictador libio Muammar Gaddafi, quien estuvo 42 años en el poder, ha tenido que huir de su guarida en Trípoli y dejar el Gobierno en manos de grupos rebeldes que consiguieron controlar la capital del país, tras una ofensiva que ha causado más de 1.700 víctimas.

Hay numerosas aristas de un gran debate mundial que ha surgido en torno al desenlace producido en Libia, una de las piezas más importantes del dominó árabe que se activó a principios de año en Túnez y que ha arrasado ya con varios dictadores, entre ellos, el egipcio Hosni Mubarak (30 años en el poder), sometido a juicio en El Cairo. El proceso no parece terminar con la caída de Gaddafi, pues son cada vez más fuertes las presiones sobre la dinastía Asad que gobierna Siria desde 1971 y que ejerce una incidencia clave en el Medio Oriente, con estrechos contactos con grupos terroristas y con el régimen autocrático de Irán.

Una de las principales discusiones acerca de la caída de Gaddafi gira alrededor del papel que jugó la comunidad internacional, especialmente de la OTAN, que desplegó una poderosa ofensiva de apoyo a los rebeldes que se sublevaron contra la dictadura. Los críticos de la intervención multinacional se escudan en el cuantioso saldo de muertos de estos meses, pero olvidan mencionar que, sin el soporte de los países aliados de occidente, el líder libio hubiera tenido el camino expedito para perpetrar un verdadero genocidio, con cientos de miles de víctimas, desplazados y refugiados, purgas ideológicas, hambrunas y otros fenómenos que lamentablemente han sido frecuentes no solo en Libia, sino en varios países de África y otros continentes.

Libia es el principal productor de petróleo de África y Gaddafi se disponía a usar este delicado aspecto para chantajear al mundo y mantenerse en el poder. La OTAN, junto con los rebeldes libios, fueron muy eficaces al mantener el control sobre la industria petrolera y la red de oleoductos del país, para evitar actos de boicot, lo que hubiera precipitado una crisis sin precedentes por la elevación del precio del crudo.

Tanto la crisis de Libia, como las que se desataron en Egipto, en Túnez, Yemen y otras naciones árabes, tuvieron un germen netamente interno que se materializaron en revueltas populares incontenibles contra dictadores de larga trayectoria en la violación de los derechos humanos, el clientelismo y la corrupción. Nadie puede negar que la llamada “primavera árabe” es un proceso auténtico de rebelión contra los opresores del pueblo y llama la atención que, quienes precisamente salen en apoyo de los jóvenes que se amotinan en Madrid o en Londres, salgan a cuestionar el desenlace de Libia.

El mundo no puede menos que celebrar la caída de uno más de los muchos tiranos que todavía existen en los cinco continentes. Así como la democracia ha conseguido florecer en América Latina, donde hoy son más los procesos respetuosos del estado de derecho que los regímenes que se inclinan por la autocracia, los países árabes también tienen el derecho a superar los viejos esquemas mesiánicos, teocráticos y en todo caso, totalitarios que, escudados en la religión, en las tradiciones y en anacrónicas estructuras propias de la guerra fría, mantienen a sus pueblos en la más absoluta ignominia.
 Así como la democracia ha conseguido florecer en América Latina,  los países árabes también tienen el derecho a superar los viejos esquemas mesiánicos, teocráticos y totalitarios, escudados en la religión.

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