Se han hecho comparaciones en los medios nacionales sobre lo que son los actuales fiscales bolivianos y lo que fueron los siniestros fiscales de la era estalinista en la Unión Soviética. Los fiscales del Estado Plurinacional no han ordenado la ejecución de ningún opositor porque, aunque a tropezones, vivimos todavía en algo parecido a un estado de derecho. No ha existido, por tanto, la Gran Purga de fines de los años 30, cuando en Moscú se descabezó a todo presunto adversario de Stalin o de la Revolución. Los fiscales soviéticos – todos de absoluta confianza del régimen – acusaban a civiles o militares sobre los que recaía alguna sospecha o antipatía y se los obligaba a declararse culpables para fusilarlos o enviarlos a morir de hambre y frío en el Gulag. De lo contrario, eran los propios compañeros de prisión, quienes, a cambio de que les aliviaran la pena, los denunciaban.
No vamos a dramatizar afirmando que los fiscales nativos son como los fiscales rojos. Bolivia no es la URSS tampoco. Pero es una verdadera salvajada lo que los fiscales han hecho y hacen, por ejemplo, en el caso de terrorismo y separatismo que se ha montado contra una parte importante de la dirigencia cruceña. Para acusar a estos ciudadanos se recurrió a la denuncia de intento de magnicidio y separatismo. Los fiscales de la NKVD, curiosamente, ejecutaron a cientos de miles de personas acusándolas de planificar el asesinato de Stalin y la desintegración de la URSS, al margen de los desvíos ideológicos. Posiblemente a Stalin lo hubieran querido asesinar sus enemigos con toda razón, y tal vez todavía existieran nostálgicos del zarismo que pensaran desmembrar la Unión Soviética. Eso es probable.
¿Pero y en Bolivia? ¿Quiénes pretendieron atentar contra la vida de S.E.? ¿El muchacho que portaba una escopeta de caza por el Trompillo y que estaba a un kilómetro de distancia del jefe de Estado? ¿O Rozsa cuando dijo, entre tragos, que si se enteraba que S.E. estaba en un barco en el Titicaca hubiera mandado a un hombre rana para hacerlo volar con una bomba? Esta última ridiculez fue la que esgrimió el fiscal Marcelo Sosa para su acusación de magnicidio. Finalmente, los únicos atentados ocurridos en Santa Cruz, las dos bombas y los tres asesinados en el hotel Las Américas se ordenaron desde la cúpula. Y sobre el separatismo – que fue el plato fuerte del banquete – no existe una sola prueba suficiente para convencer de la presunta acción, pese a haber maltratado, denigrado y encerrado durante casi seis años a tantas personas.
El fiscal Sosa y todos los que se inmiscuyeron en este tema de terrorismo-separatismo obraron bajo órdenes del Gobierno, como el propio Sosa reconoció una vez que huyó al Brasil cobardemente. Ni Sosa ni ninguno de los fiscales que han estado en el caso tienen decencia ni moral para acusar a nadie y son la más fiel representación de la nueva justicia que se ha impuesto en el país: la del sometimiento y miedo al Poder y de la abusiva extorsión al procesado.
Los fiscales se han puesto de moda en la Bolivia actual. Una moda que aterroriza por supuesto. Todo lo resuelven los fiscales. Principalmente los asuntos políticos van a sus manos directamente y no hay Cristo que salve a los acusados. Tener fiscales fieles es mejor que poseer una policía secreta y mucho menos costoso. Es tal su influencia, tal el poder que les ha dado el Gobierno, que la política se ha judicializado absolutamente y por eso un fiscal puede ser mucho más importante que un parlamentario y hasta que un ministro. ¿No lo fue Sosa acaso? ¿Y otros más?
Entonces los fiscales ya no sólo ejercen el ministerio público en los tribunales, sino que sus intervenciones, su larga mano, llegan a confines antes insospechados. Hemos sido testigos de fiscales que no solamente extorsionan, sino que tranquilamente roban a personas que no tienen influencia, a gente que no tiene a quién quejarse. Les roban y los insultan además de amenazarlos con majarlos a palos. En Bolivia existen fiscales ladrones, pícaros, que ejercen el latrocinio como un plus a su sueldo. Este tiempo de los fiscales hace que su prepotencia sea de tal envergadura, que, por ejemplo, alguno decida no pagar alquileres. No pagar alquileres durante meses y tener que hacerlo a la fuerza cuando se lo exige el Fiscal General. Y el Fiscal General se moviliza no por propia iniciativa sino porque la prensa ya no calla tanta desvergüenza. ¿Pero en qué país vivimos? ¿Qué han hecho de la justicia en Bolivia?
Nuestra nación necesita un cambio, sin duda. Pero no un cambio de vulgares pillastres. Ya no necesitamos escuchar más discursos sobre la honestidad de los nuevos protagonistas políticos que resultaron una burla. Bolivia se está yendo al garete porque cada día nos enteramos de nuevos escándalos, de millonarios atracos a la economía nacional, donde los fiscales miran hacia otro lado, hacia el lado que les señala el Gobierno.
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