Lo que en Bolivia se llaman “cooperativas mineras”, en Perú y Colombia tienen tienen otro nombre: “minería ilegal”. Porque en esos países las empresas que no pagan los impuestos y tampoco cumplen con las leyes de protección de la naturaleza, son ilegales.
Es el nexo entre estas “cooperativas” bolivianas y las empresas ilegales del Perú lo que provoca milagros. Mario Virreira, ministro de Minería en 2013, pronunció una frase que mostró su ingenuidad y reveló el tamaño de la conexión entre esas empresas de ambos países.
Dijo: “Qué raro. En Bolivia producimos solamente siete toneladas de oro pero hemos exportado veintidos”.
La explicación estaba en el hecho de que las “cooperativas” mineras peruanas no pueden exportar el oro que producen: son ilegales. Por lo tanto, optan por entregar ese oro a sus amigos bolivianos y de esa manera se produce el milagro del que habló Virreira, quien duró muy poco tiempo más en el cargo.
Ese año, los expertos en minería calculaban que el valor del oro reexportado desde Bolivia tenía un precio superior a los 1.000 millones de dólares. Un negocio, de veras, muy rentable. Fue la época en que las estadísticas sobre las exportaciones de ese metal incluyeron un inverosímil rubro: “desperdicios de oro”.
Ninguna de las alusiones que hizo el periodismo a esta incongruencia y a la ingenua exclamación de Virreira merecieron respuesta ni explicación. El país exporta cuatro veces más oro del que produce. ¿Y qué?
Ahora, según denuncia el ministro de gobierno, Carlos Romero, los cooperativistas quieren dar un paso más: quieren tener el derecho a asociarse con empresas privadas, nacionales o extranjeras, para compartir con ellas sus privilegios, como el pago de impuestos en porcentajes irrisorios.
Dirán, quizá, que si otros sectores de la economía llamada informal o ilegal tienen conexiones con el exterior, o forman parte de transnacionales poderosas, por qué no ellos.
Frenar las actividades económicas ilegales va a resultar muy difícil. Han generado ingresos que quienes administran todo esto llaman “blindaje”, mientras que quienes optan por cerrar un ojo, o los dos, sólo exclaman “nunca hemos vivido mejor”.
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