El dato no es irrelevante si se considera que tales mejoras tienen entre sus principales características su dimensión global. Eso significa que se trata de una tendencia que se produce independientemente de las diversas fórmulas que cada Gobierno explora con el propósito de mejorar la calidad de vida de sus habitantes.
Sin embargo, y sin menoscabo de su tono optimista, el informe pone especial énfasis al pedir que no se caiga “en un exceso de confianza”. Eso debido, por una parte, a que en 34 de los 86 países analizados los ingresos del 60 por ciento más rico aumentaron más rápido que los del 40 por ciento más pobre, lo que implica más desigualdad. Y por otra, porque gran parte de esa ola de bonanza tiene bases muy frágiles pues se sostiene, sobre todo en los países más afectados por la pobreza, en bases tan endebles como los altos precios de las materias primas de los últimos 10 años.
Ése no es un pequeño detalle, pues significa que buena parte de los éxitos podrían desvanecerse con la misma facilidad con la que se produjeron, lo que ocasionaría un retroceso inversamente proporcional al ritmo de los recientes avances.
Tal diagnóstico e interpretación es especialmente adecuado para países como Bolivia que figuran en la lista de los que mejores resultados han obtenido, pero al mismo tiempo en la de los más vulnerables frente a las adversidades que trae consigo la disminución del ritmo de crecimiento planetario y, por consiguiente, de la demanda y de los precios de las materias primas como hidrocarburos y minerales.
Sin embargo, más allá de esas circunstancias externas que se proyectan al futuro tan desfavorablemente como favorables fueron hasta hace algunos meses, el caso de nuestro país tiene algunos rasgos positivos que bien merecen ser destacados.
Entre ellos están los diferentes bonos, desde el Juana Azurduy de Padilla, –cuyo antecedente más inmediato fue el Seguro Universal Materno Infantil (SUMI)– hasta el Bono Dignidad –heredero del Bonosol—pasando por el bono Juancito Pinto, entre otros, pues se constituyen en fórmulas muy idóneas para lograr transferencias monetarias directas a familias pobres. Programas como estos, según los criterios del BM, proporcionan un ingreso básico a las familias lo que les permite mejorar sus condiciones de vida.
Esos datos, como muchos otros contenidos en el informe del BM, confirman que los éxitos o fracasos en la lucha contra la pobreza dependen más de políticas públicas de largo aliento que de veleidades ideológicas. En el caso de Bolivia, los buenos resultados serían incomprensibles sin el hilo de continuidad que se ha logrado mantener, a pesar de los vaivenes políticos, desde hace por lo menos los últimos 30 años.
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