La lisonja es la amistad más perversa porque produce exactamente el efecto contrario, denigra tanto al halagado que deja de ver la realidad, como al súbdito rendido
¡Qué difícil encontrar personas comprometidas con el proceso de cambio!, se lamentaba una autoridad al comentar la necesidad de reemplazar ministros aplazados hace rato, pero que nunca renunciaron ni fueron renunciados y cuyas deficiencias han estropeado la implementación de los planes oficiales.
La complejidad quedó ejemplificada en el último enroque en el Banco Central de Bolivia, entidad que se mantiene bajo interinatos. Un técnico altamente calificado fue reemplazado por un octogenario. Un jubilado que ha dejado de aportar iniciativas hace décadas no debería aceptar semejante responsabilidad. Como sucede en los últimos años, un mismo equipo va de uno a otro cargo. Los jóvenes convocados son, en el otro extremo, de una absoluta inexperiencia o de otra profesión.
Sin embargo están unidos por un símbolo: el puño en alto que —como ya escribimos— significa: no cumplo mi palabra. Los une también la adulación, el llunkerío más lamentable de nuestra historia. Por eso es difícil encontrar técnicos, profesionales con prestigio, que estén dispuestos a amarrar zapatos, a bajar la cabeza.
Las ministras de este gabinete resultaron un ramillete amarrado. Imagínense a Lidia Gueiler escribiendo loas a Juan Lechín o a Rosa Lema admitiendo humillaciones del Jefe Víctor Paz Estenssoro, encima, en público. ¡Todo un Procurador ocupado de la repostulación! Y los militares…
Imposible creer que cruceños como Carlos Valverde Barbery soben el hombro a Hugo Banzer, dediquen su tiempo a novelar sus historias de amor extraconyugal o declaren que nadie como él para conducir la Agenda 1971. ¿Dónde quedaron esos cambas de cepo que enfrentaron todo tipo de rigores para defender sus ideales?
El sometimiento no es propio tampoco del sindicalismo boliviano, otrora la carátula más ética del país. En ningún congreso minero, Víctor López obedeció calladito a Juan Lechín. Ni Simón Reyes, ni Filemón Escóbar, ni Domitila Chungara. Al contrario, mantener su pensamiento propio era parte de su grandeza y la de su líder.
¿Dónde encontrar alguna referencia histórica para demostrar si hubo otro presidente del máximo tribunal de justicia lamiendo como un galgo al patrón para garantizarse la continuidad en su cargo (que tanto estropeó, incluyendo alabanzas al sistema judicial chino)? ¡Después ellos mismos se quejan de la justicia gangrenada!
La lisonja es la amistad más perversa porque produce exactamente el efecto contrario, denigra tanto al halagado que deja de ver la realidad, como al súbdito rendido. Un gabinete sumiso es la peor opción para sacar adelante una gestión.
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