Se siente mucha
bronca colectiva en relación a la muerte de la joven paceña Andrea
Aramayo, cuyos ingredientes son ideales para desatar la más airada
polémica, sin que ello implique el estímulo a un debate serio sobre el
problema de la violencia contra las mujeres. Lamentablemente la
televisión y las redes sociales no ayudan y simplemente alimentan el
espectáculo y la catarsis.
Hay bronca porque se trata de un hecho
extremadamente violento y porque uno de sus protagonistas es pudiente y
eso en Bolivia desde ya es un pecado en cualquier circunstancia. Siempre
fue así y en especial ahora que se alimenta tanto el mito de la pobreza
asociada a la virtud y viceversa.
La gente se molesta porque da por
descontado que el dinero es equivalente a manipulación de la justicia y
eso sí que es verdad, no porque haya sucedido o tenga que ocurrir en
este caso, sino porque pasa todo los días con decenas de mujeres que son
apaleadas por sus parejas, con niños que son violados, abusados y
maltratados por parientes o extraños que solucionan el problema con un
puñado de dólares, con la venia de jueces y fiscales que se prestan a
esas transacciones.
Hay enojo porque en el caso de Andrea
Aramayo se concentran miles de casos similares; mujeres que siguen
siendo golpeadas, apuñaladas, acosadas y vejadas y humilladas y que no
encuentran respuestas en las comisarías (estamos llenos de “fuerzas
especiales”), en los juzgados, en las oficinas públicas y en los
hospitales, donde las vuelven a maltratar con un trato displicente,
donde les cobran cifras que no pueden pagar y terminan diciéndoles
“vuelva mañana”, sin contemplar que el retorno a su casa es sinónimo de
un escarmiento aún mayor, que deja a las mujeres desanimadas y
desilusionadas con un sistema que no funciona pese a toda la propaganda y
que acabará matándolas.
Hay frustración en la sociedad porque
todavía muchos confían en que el Estado será el que resuelva los
problemas sociales; que son las leyes los mecanismos para combatir los
males, sin tener en cuenta que los mismos legisladores y los
administradores de justicia tuercen las cosas a su favor, protegen a los
suyos y apalean a sus mujeres cuando les da la gana, porque saben que
están protegidos por la impunidad.
Cuándo nos vamos a convencer que las
transformaciones (o mejor dicho, los intentos de cambio) desde arriba
hacia abajo no funcionan, han fracasado una y mil veces y que la receta
infalible comienza en las familias, en nuestra cultura, en las madres y
padres que siguen reproduciendo conductas abusivas en contra de las
mujeres, de los niños, de los ancianos y muchos otros sectores de la
sociedad que padecen nuestra indiferencia. Nuestros líderes podrían
ayudar con mejoras en la educación, con el ejemplo y con la difusión de
nuevos modelos a través de los medios de comunicación. Pero cuando vemos
ciertos casos de despotismo como el famoso incidente de los zapatos, no
hay duda que estamos lejos de soñar con un verdadero cambio.
Hay frustración en la
sociedad porque todavía muchos confían en que el Estado será el que
resuelva los problemas sociales; que son las leyes los mecanismos para
combatir los males, sin tener en cuenta que los mismos legisladores y
los administradores de justicia tuercen las cosas a su favor, protegen a
los suyos y apalean a sus mujeres cuando les da la gana, porque saben
que están protegidos por la impunidad.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo, y no solo que las familias y en especial las madres forman hijos e hijas abusivas sino que les socapan sus malos actos en nombre de la consanguineidad, del clan primitivo, de la tribu.. asi como a cambiar la sociedad??
Totalmente de acuerdo, y no solo que las familias y en especial las madres forman hijos e hijas abusivas sino que les socapan sus malos actos en nombre de la consanguineidad, del clan primitivo, de la tribu.. asi como va a cambiar la sociedad??
Publicar un comentario