Método gansteril para imponer condiciones 

Mauricio Aira

No pocas veces los medios han mostrado ante los ciudadanos los métodos simplemente gansteriles que utiliza el “transporte federado” cuando se trata de imponer sus condiciones para resolver los conflictos que genera el propio gremio. Este mal se acarrea desde cuando se organizaron en grupos de choque, de chantaje y de presión bajo el título de “sindicatos o federaciones”.
Revisada la historia del sindicalismo se tipifica al sector del transporte como un conglomerado amorfo, distorsionado del concepto de “trabajadores en defensa de sus derechos”, y convertido en un gremio pseudo sindical, más bien empresarial o propietario que emplea a terceros para explotar lo que llaman “la herramienta de trabajo o el taxi o el camión” como su medio de vida. Muy por encima del trabajador sea obrero, artesano, asalariado, el transporte es una asociación de empresarios que subsiste, prospera, controla el poder, arrancándole privilegios, granjerías, beneficios al poder en todos los niveles.
Por supuesto no es invento boliviano, puesto que el menú de procedimiento que utiliza está copiado de Chicago, Buenos Aires, San Pablo, emplea “hampones” que son sus afiliados expertos en el cohecho de bloqueos, manipulación, paros, chicotes y otro tipo de violencia contra sus mismos socios, en contra de los ciudadanos y de la misma autoridad obligada a sentarse en una misma mesa con los “extorsionadores” ante los que no tiene recursos (en realidad los tiene si se apela a la Ley y sus instituciones) y termina por ceder, en horas o días, a las exigencias de los sediciosos.
El transporte está ligado al poder, porque obtiene del mismo el apoyo que le es imprescindible para sonsacarle beneficios en forma de leyes, resoluciones, órdenes que se imparten para favorecer al gremio desde la importación de máquinas, su financiamiento, las garantías de contratos de carga o pasajeros para explotar sus servicios. En materia laboral son los que peor pagan a los choferes y administradores, recordando que la mayoría de los accidentes fatales se originan en fallas humanas de choferes que conducen más allá del límite horario establecido por reglamentos que no se cumplen, cuando se producen litigios los transportistas ganan porque la autoridad de tránsito casi siempre está de parte del gremio.
Con la promesa del apoyo político que los Gobiernos consideran imprescindible, los transportistas condicionan “portarse bien” hasta tanto reciban las dádivas oficiales pródigas y generosas subsisten socapándose sus yerros y temerosos de no pisarse la cola. Las figuras de Al Capone o Dillinger se repiten en su dimensión local y sus maniobras gansteriles se suceden en cada “gestión sindical” sin variar en absoluto, cuando se trata de lucrar y conservar su status de privilegio conchabado con el mandamás de turno.
Evade el transporte la sanción que le impone la Ley, escapa del castigo porque goza de impunidad.
Lo que resulta un baldón para el colectivo sujeto sí a cumplir la norma sin excepción.
El autor es periodista.