Recordando un momento estelar
Igual que entre 1810 y 1830, la región logró como bloque una meta entre 1978 y 1990 que merece ser grabada con letras de molde en la historia colectiva de la sociedad humana. Hoy, más que nunca, es necesario recordarlo para entender que en tiempos de desazón, es imprescindible no perder la perspectiva de las cosas.
Los dramáticos e inciertos días que vive Venezuela, el escándalo Odebrecht, la incertidumbre de la transición ideológica en muchas naciones, el evidente autoritarismo y culto a la personalidad en algunos Gobiernos, el descrédito de los partidos, provocan en la población latinoamericana una comprensible sensación de desencanto, de falta de fe en personas e instituciones que se hace extensiva al sistema. La democracia como forma de vida de nuestras sociedades se pone en duda, casi se asume como un sinónimo de corrupción y uso de la política en beneficio directo de los políticos. Es que América Latina tiene ya una generación entera de jóvenes menores de 35 años que han nacido en democracia y han vivido siempre en democracia. La democracia es un hecho dado, es la única forma política que conocen… no tienen parámetros de comparación, lo que le da sentido a la profundidad de sus críticas y fuerza a su escepticismo.
Recordemos que nuestra región ha hecho, como no podía ser de otra manera, que la guerra de independencia que nos liberó del imperio español sea considerada como una gesta que transformó nuestra historia. Hechos, personajes, momentos de ese proceso de principios del siglo XIX, son hoy hitos inexcusables de la historia, próceres que sirven de modelo de comportamiento y símbolos que vemos erigidos en calles y plazas desde México hasta Argentina.
La reconquista o conquista a secas de la democracia en nuestra América se produjo, salvo contadas excepciones, al finalizar los años 70 del siglo pasado y duró algo más de una década. En ese periodo logramos la hazaña real, que en otras regiones se bautizó como primavera democrática, de que prácticamente la totalidad de la veintena de países que llevan el denominativo de latinoamericanos, comenzara a vivir en democracia. Más de 30 años después, ese modelo político sigue vigente y, más que eso, cuando ha enfrentado crisis dramáticas (Bolivia la vivió con mucho rigor) en todos los casos esas crisis fueron resueltas siguiendo los mecanismos democráticos establecidos por nuestras respectivas normas, sea por nuestros propios medios o con la mediación de países de la región u organismos multilaterales.
Esa tarea que en algunos casos terminó no sólo con secantes dictaduras militares sino con acciones brutales como el proceso argentino, o guerras que desangraron a países como Guatemala y El Salvador, fueron producto de una decisión clara y de acciones heroicas. La lucha por la libertad, por la paz, por el Estado de derecho, por la recuperación de la soberanía popular y la posibilidad de decir libremente lo que pensábamos, fue larga y muchas veces sangrienta. La base popular, los líderes políticos y sindicales, pero sobre todo los jóvenes, se jugaron por ese ideal.
No sé si es posible comparar esta etapa con la independencia, pero sí sé que hoy esos acontecimientos que se produjeron a lo largo y ancho de América, están infravalorados, no tienen el lugar estelar que les corresponde en nuestra historia. El fragor de la lucha ideológica, la mezquindad y la participación todavía activa de muchos de sus protagonistas, no contribuye a lo que debiera ser un imperativo, colocar ese momento como uno de los mayores éxitos de América latina en su historia, sin remilgos, sin mala conciencia, con generosidad.
Los jóvenes de hoy que viven en democracia y en libertad, con todos los problemas ya mencionados y que, obviamente, exigen no sólo correcciones sin acciones concretas para cambiar el rumbo equivocado de élites de poder que han usufructuado abusivamente de ciertos privilegios otorgados irónicamente por el voto popular, deben conocer los hechos, valorarlos, saber que la libertad se ganó frente a dictaduras secantes, la palabra se recuperó luchando, los derechos se asentaron en la aplicación de constituciones que habían sido secuestradas por los poderosos de entonces, la mayoría respaldados por las bayonetas y los uniformes.
Es tiempo de que en la educación cívica, la de ciencias sociales, se incorpore esa conquista como un referente tan importante como aquellos otros acontecimientos que marcan un antes y un después, pero no sólo con relación a Bolivia, sino como parte de un todo. Que seamos conscientes de que el país no se mueve aislado y descolgado de la nada, sino que, igual que a lo largo de todo nuestro pasado, los hechos que nos tocó vivir estuvieron siempre relacionados con las sociedades de otras culturas, de otras naciones que forman parte de un todo al que hemos bautizado como América Latina.
México, Costa Rica, Colombia y Venezuela (hoy asediada por el autoritarismo) son los cuatro países que, con diferentes características, experimentaron procesos democráticos de larga duración anteriores a 1979. Cuba vivió desde su revolución de 1959 un desarrollo político que fue por una ruta totalmente distinta al de la democracia política de raíz liberal. Los otros 15 países, en cambio, tuvimos que esperar hasta 1979 cuando Ecuador inició la saga irreversible de retorno a la democracia después de la dictadura, que culminaron en 1990 Panamá y Chile. Fue un periodo preñado de esperanza, de héroes colectivos y figuras políticas de talla que merecen un reconocimiento que no hemos hecho en la adecuada dimensión.
Igual que entre 1810 y 1830, la región logró como bloque una meta entre 1978 y 1990 que merece ser grabada con letras de molde en la historia colectiva de la sociedad humana. Hoy, más que nunca, es necesario recordarlo para entender que en tiempos de desazón, es imprescindible no perder la perspectiva de las cosas.
El autor fue presidente de la República
Twitter: @carlosdmesag
Los dramáticos e inciertos días que vive Venezuela, el escándalo Odebrecht, la incertidumbre de la transición ideológica en muchas naciones, el evidente autoritarismo y culto a la personalidad en algunos Gobiernos, el descrédito de los partidos, provocan en la población latinoamericana una comprensible sensación de desencanto, de falta de fe en personas e instituciones que se hace extensiva al sistema. La democracia como forma de vida de nuestras sociedades se pone en duda, casi se asume como un sinónimo de corrupción y uso de la política en beneficio directo de los políticos. Es que América Latina tiene ya una generación entera de jóvenes menores de 35 años que han nacido en democracia y han vivido siempre en democracia. La democracia es un hecho dado, es la única forma política que conocen… no tienen parámetros de comparación, lo que le da sentido a la profundidad de sus críticas y fuerza a su escepticismo.
Recordemos que nuestra región ha hecho, como no podía ser de otra manera, que la guerra de independencia que nos liberó del imperio español sea considerada como una gesta que transformó nuestra historia. Hechos, personajes, momentos de ese proceso de principios del siglo XIX, son hoy hitos inexcusables de la historia, próceres que sirven de modelo de comportamiento y símbolos que vemos erigidos en calles y plazas desde México hasta Argentina.
La reconquista o conquista a secas de la democracia en nuestra América se produjo, salvo contadas excepciones, al finalizar los años 70 del siglo pasado y duró algo más de una década. En ese periodo logramos la hazaña real, que en otras regiones se bautizó como primavera democrática, de que prácticamente la totalidad de la veintena de países que llevan el denominativo de latinoamericanos, comenzara a vivir en democracia. Más de 30 años después, ese modelo político sigue vigente y, más que eso, cuando ha enfrentado crisis dramáticas (Bolivia la vivió con mucho rigor) en todos los casos esas crisis fueron resueltas siguiendo los mecanismos democráticos establecidos por nuestras respectivas normas, sea por nuestros propios medios o con la mediación de países de la región u organismos multilaterales.
Esa tarea que en algunos casos terminó no sólo con secantes dictaduras militares sino con acciones brutales como el proceso argentino, o guerras que desangraron a países como Guatemala y El Salvador, fueron producto de una decisión clara y de acciones heroicas. La lucha por la libertad, por la paz, por el Estado de derecho, por la recuperación de la soberanía popular y la posibilidad de decir libremente lo que pensábamos, fue larga y muchas veces sangrienta. La base popular, los líderes políticos y sindicales, pero sobre todo los jóvenes, se jugaron por ese ideal.
No sé si es posible comparar esta etapa con la independencia, pero sí sé que hoy esos acontecimientos que se produjeron a lo largo y ancho de América, están infravalorados, no tienen el lugar estelar que les corresponde en nuestra historia. El fragor de la lucha ideológica, la mezquindad y la participación todavía activa de muchos de sus protagonistas, no contribuye a lo que debiera ser un imperativo, colocar ese momento como uno de los mayores éxitos de América latina en su historia, sin remilgos, sin mala conciencia, con generosidad.
Los jóvenes de hoy que viven en democracia y en libertad, con todos los problemas ya mencionados y que, obviamente, exigen no sólo correcciones sin acciones concretas para cambiar el rumbo equivocado de élites de poder que han usufructuado abusivamente de ciertos privilegios otorgados irónicamente por el voto popular, deben conocer los hechos, valorarlos, saber que la libertad se ganó frente a dictaduras secantes, la palabra se recuperó luchando, los derechos se asentaron en la aplicación de constituciones que habían sido secuestradas por los poderosos de entonces, la mayoría respaldados por las bayonetas y los uniformes.
Es tiempo de que en la educación cívica, la de ciencias sociales, se incorpore esa conquista como un referente tan importante como aquellos otros acontecimientos que marcan un antes y un después, pero no sólo con relación a Bolivia, sino como parte de un todo. Que seamos conscientes de que el país no se mueve aislado y descolgado de la nada, sino que, igual que a lo largo de todo nuestro pasado, los hechos que nos tocó vivir estuvieron siempre relacionados con las sociedades de otras culturas, de otras naciones que forman parte de un todo al que hemos bautizado como América Latina.
México, Costa Rica, Colombia y Venezuela (hoy asediada por el autoritarismo) son los cuatro países que, con diferentes características, experimentaron procesos democráticos de larga duración anteriores a 1979. Cuba vivió desde su revolución de 1959 un desarrollo político que fue por una ruta totalmente distinta al de la democracia política de raíz liberal. Los otros 15 países, en cambio, tuvimos que esperar hasta 1979 cuando Ecuador inició la saga irreversible de retorno a la democracia después de la dictadura, que culminaron en 1990 Panamá y Chile. Fue un periodo preñado de esperanza, de héroes colectivos y figuras políticas de talla que merecen un reconocimiento que no hemos hecho en la adecuada dimensión.
Igual que entre 1810 y 1830, la región logró como bloque una meta entre 1978 y 1990 que merece ser grabada con letras de molde en la historia colectiva de la sociedad humana. Hoy, más que nunca, es necesario recordarlo para entender que en tiempos de desazón, es imprescindible no perder la perspectiva de las cosas.
El autor fue presidente de la República
Twitter: @carlosdmesag
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