El detalle que faltaba
Es un tétrico cuadro. El presidente, rodeado de ministros y dirigentes cobistas, firma un documento. Lo convierte en su decreto. En el momento de máxima solemnidad levanta la mirada y asegura que no es responsable de lo que acaba de firmar. Cada año firmó alegres decretos de alzas salariales. Ahora ha palpado el fracaso y se resiste. Casi con lágrimas confiesa que no quiere firmar. Pero ha firmado. Sabe que es responsable y levanta el rostro pidiendo auxilio. Pareciera que pide ayuda porque lo tienen secuestrado. Pero está secuestrado solo por su debilidad.
Un decreto del presidente, con su firma, es un acto de absoluta responsabilidad del presidente. Es una decisión presidencial. No se vio ni por un momento una pistola en su frente. Es un acto libre. Lamentable, pero libre. Él es el primero en darle valor, cuando inmediatamente saca del decreto a los empleados de las empresas del Estado. Pero libremente ha empujado a las empresas privadas al precipicio. Puede darle pena, pero es suyo el empujón. La única manera de librarse de la responsabilidad era no firmar.
No sé si usted sabe de algún presidente que hubiera confesado que ordenó lo que sabía que no debía ordenar. Debe ser el primero que dice públicamente que ha decretado lo que sabe que hace daño, lo que sabe que destruye, que hunde. Bien por la sinceridad, pero con esa confesión ya no es posible que nunca más se ofrezca para gobernar. Se ha declarado incapaz de tomar decisiones y de resistir presiones. El país debe comprender el duro trance que atraviesa su presidente. El que siempre hizo gala de que no aceptaba órdenes de nadie, el que siempre se mostró por encima de los que intentaban exigirle ni la más mínima decisión, confiesa públicamente su debilidad. Pasó 10 años mimando al Ejército para protegerse de un golpe de Estado, pero no tiene defensa contra los golpes bajos. No lo tumbaron, lo bajaron al nivel de obediencia y no encontró de qué agarrarse. El que dobló el brazo a la DEA y a la embajada estadounidense, el que humilla hasta a sus más cercanos colaboradores, se confiesa derrotado y vencido.
Al dolor del presidente se suma la herida hecha a Bolivia. El decreto destruye más que lo construido en los 10 años de gobierno. Ya no hay dinero en la calle. La economía está herida. Se gasta por persona la mitad que hace cuatro años y a las empresas que resisten al límite de sus fuerzas, les lanza una carga insoportable. Por eso la rebeldía presidencial. Sabe que ha firmado más hambre y más pobreza.
Un decreto del presidente, con su firma, es un acto de absoluta responsabilidad del presidente. Es una decisión presidencial. No se vio ni por un momento una pistola en su frente. Es un acto libre. Lamentable, pero libre. Él es el primero en darle valor, cuando inmediatamente saca del decreto a los empleados de las empresas del Estado. Pero libremente ha empujado a las empresas privadas al precipicio. Puede darle pena, pero es suyo el empujón. La única manera de librarse de la responsabilidad era no firmar.
No sé si usted sabe de algún presidente que hubiera confesado que ordenó lo que sabía que no debía ordenar. Debe ser el primero que dice públicamente que ha decretado lo que sabe que hace daño, lo que sabe que destruye, que hunde. Bien por la sinceridad, pero con esa confesión ya no es posible que nunca más se ofrezca para gobernar. Se ha declarado incapaz de tomar decisiones y de resistir presiones. El país debe comprender el duro trance que atraviesa su presidente. El que siempre hizo gala de que no aceptaba órdenes de nadie, el que siempre se mostró por encima de los que intentaban exigirle ni la más mínima decisión, confiesa públicamente su debilidad. Pasó 10 años mimando al Ejército para protegerse de un golpe de Estado, pero no tiene defensa contra los golpes bajos. No lo tumbaron, lo bajaron al nivel de obediencia y no encontró de qué agarrarse. El que dobló el brazo a la DEA y a la embajada estadounidense, el que humilla hasta a sus más cercanos colaboradores, se confiesa derrotado y vencido.
Al dolor del presidente se suma la herida hecha a Bolivia. El decreto destruye más que lo construido en los 10 años de gobierno. Ya no hay dinero en la calle. La economía está herida. Se gasta por persona la mitad que hace cuatro años y a las empresas que resisten al límite de sus fuerzas, les lanza una carga insoportable. Por eso la rebeldía presidencial. Sabe que ha firmado más hambre y más pobreza.
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