Un peculiar traspaso de mando

El tono conciliador adoptado por Moreno y su predisposición a abrir espacios de diálogo y concertación permiten alentar la esperanza de que Ecuador sea un buen referente para la región.

Una lectura atenta del proceso político que ha vivido Ecuador que ha concluido en la asunción de su nuevo mandatario, da pie a postular dos hipótesis no necesariamente contradictorias.

Una, que los ideólogos del proyecto político encabezado por el exmandatario Rafael Correa y que se alineó en la corriente del Socialismo al Siglo XXI, pese a todas sus características autoritarias, decidieron apostar más por el proyecto que por el caudillo, pues una racional lectura de la experiencia de los países adherentes al socialismo radical permite comprobar que, sin excepción, una decisión inversa (apostar al cacique y no al proyecto) conduce, irremediablemente, a que al final desaparezcan ambos.

Sin ser de ninguna manera el único, el proceso chavista en Venezuela muestra ese destino. La otra es que se haya optado por un recambio que, bien conducido, puede permitir el retorno del caudillo, pero reciclado. El problema con esta apuesta es que no siempre el delfín se mantiene leal al mentor. Ejemplos en la historia de la región y el mundo abundan en este sentido, aunque también hay importantes excepciones.

En ese contexto, la ascensión a la Presidencia de Ecuador de Lenin Moreno no sólo abre una nueva etapa en la historia de ese hermano país, que ha sido siempre solidario, sino que puede convertirse en un microcosmos del devenir de una propuesta alternativa como la que encarnó el exmandatario Rafael Correa.

Sin embargo, hay un factor diferenciador fundamental. Como en Venezuela y Bolivia, el exmandatario tuvo a su favor un extraordinario período de bonanza económica, que le permitió adoptar medidas redistribuidoras de alto impacto social. Ahora, ese período ha terminado (y en ese país, como en Venezuela y a diferencia de Bolivia, se siente con más rigor una caída de los índices económicos) y se han reducido drásticamente las posibilidades de mantener las políticas de subsidios, bonos y construcción de obras públicas que garantizaron las dos gestiones anteriores de Correa.

Es decir, en Ecuador, como en Bolivia (y ya no en Venezuela donde la camarilla militar-familiar que gobierna ese país se ha aplazado rotundamente) ha llegado el momento de gestionar países que vuelven a vivir las dificultades que se atravesaron en la región a partir de la apertura democrática de la década de los 80 del siglo pasado.

En ese contexto, se comprende el tono conciliador adoptado por el nuevo mandatario en su discurso inaugural que, por eso mismo, y así sea por eso solamente, se diferencia radicalmente de su predecesor. La necesidad de abrir espacios de diálogo y concertación para enfrentar los nuevos tiempos es un imperativo de gobernabilidad, comprensión inteligente de una nueva élite política que parece adecuarse a las nuevas condiciones que el mundo real presenta.

Otro factor que exige dejar de lado políticas de confrontación es que pese a las evidentes falencias del principal candidato de la oposición (entre otras, una similar actitud autoritaria), es que hubo una segunda vuelta electoral y en ésta la diferencia de votos fue reducida.

Así, una vez más Ecuador puede convertirse en un referente de las fuerzas políticas que atraviesan nuestra región.