El embajador de Bolivia ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Sacha Llorenti, estuvo a punto de ser arrestado por un policía que se negó a seguirle la corriente en un operativo en el que se mezcló la mentalidad boliviana del funcionario y su gran interés de quedar bien con el jefe.
Cuando el presidente Evo Morales estaba llegando al aeropuerto de Detterboro, en el distrito de New Jersey para asistir a la asamblea de las Naciones Unidas, hubo un cambio imprevisto de pista de aterrizaje y Llorenti trató de evitar los atrasos, buscando la manera de cómo apurar la entrega del equipaje, utilizando por supuesto su "muñeca" de diplomático, algo que no conmovió al policía, que le recordó que estaba en suelo norteamericano y que ahí se respetan las reglas, sin importar quién sea el fulano. Llorenti encaró al guardia y le pidió que lo arreste si se atrevía.
En el momento en que el uniformado ponía la mano en la cintura para tomar las esposas, intervino uno de sus colegas y salvó al exministro de Gobierno, que una vez más se escapa de la ley, como lo hizo hace tres años con el caso Chaparina, que por cierto, este 25 de septiembre cumple otro año más en la impunidad.
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