Es de esperar que la lógica democrática se imponga y, reconociendo errores y traspiés, se respete los resultados electorales limpios, renazca una vocación para legitimar el poder electoral y recuperar el compromiso de mantener y profundizar la democracia
La sucesión de desaciertos en que han incurrido las autoridades electorales desde el inicio de la campaña para los comicios subnacionales que se realizaron el pasado domingo (que se suma a los cometidos en las pasadas elecciones generales) ha afectado la legitimidad del Órgano Electoral.
Se trata de un hecho grave, pues la realización de campañas y elecciones transparentes es el pilar más importante del sistema democrático. En la medida en que se garantice un proceso electoral transparente, equitativo y libre, y se respete la voluntad popular expresada en los resultados de los comicios, se consolida el sistema democrático y quienes se benefician del apoyo electoral pueden cumplir su gestión con la fortaleza para enfrentar los diversos problemas que conlleva la administración estatal. A la inversa, si el proceso electoral es amañado, las autoridades se parcializan y buscan manipular los resultados, no sólo sus responsables serán descalificados sino que quienes se benefician de resultados dudosos no tendrán la legitimidad que les permita desarrollar una buena gestión política.
Basta revisar nuestra historia reciente para respaldar lo señalado. Sólo la decisión de organizar una corte electoral independiente, con reconocidas personalidades, posibilitó que la democracia, como sistema recuperado por la gente, pueda enfrentar las difíciles circunstancias que desde 1991 el país ha atravesado. Por ello es que, bajo el paraguas democrático –como hemos reiterado en forma insistente–han podido acceder al poder representantes y propuestas tan divergentes como la que prevaleció hasta 2003 y la que ahora dirige los destinos del país. En cambio, la actuación errática y claramente sectaria de las autoridades del actual Órgano Electoral ha hecho que la gente no sólo desconfíe de ellas, sino que además dude de los resultados, extremo que provoca, en el corto plazo, poner en duda la legitimidad de las autoridades elegidas de esa manera y que al cerrarse el espacio de convivencia democrática no falten quienes quisieran caminar por otras sendas.
En este sentido, ¿cómo es posible que se impulse y acepte desde el poder que las autoridades electorales actúen de esa manera, al punto que los observadores electorales con experiencia las hayan cuestionado con severidad? A manera de hipótesis se puede responder esa pregunta, por un lado, por el afán hegemónico del MAS y sus dirigentes de copar, así no sepan luego qué hacer con él, todo espacio público. Por otro lado, porque hay corrientes dentro del partido de gobierno que buscan, precisamente, deslegitimar la democracia y, sobre ese trabajo previo, impulsar procesos autoritarios de poder que, además, les permita reproducirse sine díe en él, ya no por principios político-ideológicos sino por los beneficios que ese ejercicio de poder genera a quienes lo dirigen.
Es de esperar, empero, que la lógica democrática se imponga y, reconociendo errores y traspiés, se respete los resultados electorales limpios, renazca una vocación para legitimar el poder electoral, recuperar el compromiso de mantener y profundizar la democracia y respetar la voluntad popular que se expresa en las urnas. Ir por otro lado, hay que decirlo claramente, es sembrar semillas de confrontación y violencia.
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