Cebras, ciudadanía y nuevas iniciativas a imaginar
Ha sido grato inaugurar abril, mes de la niñez boliviana, celebrando que la Cebra, ese personaje urbano paceño que enamora a la gente de ‘a pie’, extienda su presencia en otros municipios y sea reconocida como un fenómeno mundial. No hay duda, la adopción de esta vistosa mascota citadina, ahora quinceañera, fue un acierto para implantar hábitos favorables, respetuosos del derecho del peatón y de las normas viales. Sin embargo, tras el elogio a un programa declarado Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Ciudad, sigue la gran interrogante.
¿Cuánto tiempo más deberán las cebritas asegurar su vivaz presencia para tranquilizar a peatones atemorizados por un tráfico vehicular indomable? ¿hasta cuándo sus señales serán imprescindibles para que malhumorados o despistados conductores de vehículos públicos y privados decidan frenar cuando corresponda? Hacen mal los que reclaman al Gobierno Municipal por la falta de una cebra disciplinadora en las esquinas más concurridas de la ciudad, cuando lo que correspondería es censurar e interpelar a aquellos cuya tozudez impide adoptar para sí mismos las normas que las cebras se desgañitan años por hacer cumplir.
Es cierto, no es fácil cambiar los hábitos colectivos que atentan contra la calidad y calidez de la vida en las ciudades, pero tampoco es imposible. El rol pedagógico y transformador de comportamientos urbanos ejercido con éxito por los servicios de Puma Katari y el Teleférico así lo demuestra.
Hace algún tiempo, me permití sugerir la necesidad de institucionalizar el sello adhesivo vehicular de Yo Cebra (o algo parecido) como símbolo sustituto y garante de respeto a la franja peatonal en ausencia de estas. Certificación visible cuya adopción como distintivo visual en el vehículo debiera ritualizarse con el compromiso de sumarse a la revolución de “nuestro comportamiento” urbano. Sería el mejor tributo a la ciudad y a las cebras cuyo aporte y potenciales servicios debieran extenderse y concentrarse a otras áreas de interés para la comunidad, cuya lista de retos es de nunca acabar. Imagino, por ejemplo, la ampliación de su accionar a la educación de maestros y escolares en el manejo de la basura por ellos producida, la misma que suele inundar las calles adyacentes a sus unidades educativas o a fomentar y vigilar el cuidado de la infraestructura educativa y otros espacios públicos. Sería interesante involucrarlas como incentivo en acuerdos con promociones en prácticas de cuidado de los niños más pequeños y aportar con compromiso a la seguridad ciudadana en las escuelas. Es cierto, las cebritas estimulan la imaginación y la creatividad en estos asuntos. Todo vale con tal de promover una ciudadanía más responsable y educar para una convivencia urbana más amigable
¿Cuánto tiempo más deberán las cebritas asegurar su vivaz presencia para tranquilizar a peatones atemorizados por un tráfico vehicular indomable? ¿hasta cuándo sus señales serán imprescindibles para que malhumorados o despistados conductores de vehículos públicos y privados decidan frenar cuando corresponda? Hacen mal los que reclaman al Gobierno Municipal por la falta de una cebra disciplinadora en las esquinas más concurridas de la ciudad, cuando lo que correspondería es censurar e interpelar a aquellos cuya tozudez impide adoptar para sí mismos las normas que las cebras se desgañitan años por hacer cumplir.
Es cierto, no es fácil cambiar los hábitos colectivos que atentan contra la calidad y calidez de la vida en las ciudades, pero tampoco es imposible. El rol pedagógico y transformador de comportamientos urbanos ejercido con éxito por los servicios de Puma Katari y el Teleférico así lo demuestra.
Hace algún tiempo, me permití sugerir la necesidad de institucionalizar el sello adhesivo vehicular de Yo Cebra (o algo parecido) como símbolo sustituto y garante de respeto a la franja peatonal en ausencia de estas. Certificación visible cuya adopción como distintivo visual en el vehículo debiera ritualizarse con el compromiso de sumarse a la revolución de “nuestro comportamiento” urbano. Sería el mejor tributo a la ciudad y a las cebras cuyo aporte y potenciales servicios debieran extenderse y concentrarse a otras áreas de interés para la comunidad, cuya lista de retos es de nunca acabar. Imagino, por ejemplo, la ampliación de su accionar a la educación de maestros y escolares en el manejo de la basura por ellos producida, la misma que suele inundar las calles adyacentes a sus unidades educativas o a fomentar y vigilar el cuidado de la infraestructura educativa y otros espacios públicos. Sería interesante involucrarlas como incentivo en acuerdos con promociones en prácticas de cuidado de los niños más pequeños y aportar con compromiso a la seguridad ciudadana en las escuelas. Es cierto, las cebritas estimulan la imaginación y la creatividad en estos asuntos. Todo vale con tal de promover una ciudadanía más responsable y educar para una convivencia urbana más amigable
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