De profesión impostor
Roger Cortez
El desafío restalló como un latigazo, veloz y rotundo. “¡Yo contra todos; de una sola vez! O nada”.
Y así quedó, crepitante y vacuo, condenado desde su concepción, como gesto de alarde para atraer incautos -siempre hambrientos de novedades, declaraciones y contradeclaraciones- pero, claro que no, para abrir espacio a un auténtico debate.
No es que al Vice le falten recursos de polemista; todo lo contrario, le sobran. Lo que asfixia tal destreza, desde que abre la boca, es que cualquier debate -uno a uno, en parejas o como se prefiera- se convertiría en una palestra para que inclusive el menos experto de sus contrincantes haga un embarazoso repaso de la prolongada y pesada cadena de incongruencias, fallas, faltas, y delitos que se cometen en nombre de una revolución descuartizada por quienes la vocean.
El estilo prepotente y humillante reiterado por el reto vicepresidencial no convierte en verdad las proclamadas consignas oficiales, por mucho que las grite y repita, de que el régimen no atropella a diario las libertades y la Constitución y que su programa, la agenda 2025, es la vía de salvación del país. Además de las denuncias sobre lo primero está el hecho central, para un debate serio, de que la monumental compilación de proyectos desmesurados que componen la llamada agenda patriótica, no es sólo fantasiosa, sino que de realizarse nos conduciría a desastres financieros, sociales y ambientales. La propuesta gubernamental para la próxima década es un catálogo de calamidades que promueve el crecimiento geométrico de la deuda, la dependencia económica y política y la devastación ambiental.
Aunque ningún partido opositor ponga sobre la mesa esta cuestión esencial y la necesidad de encarar la transformación productiva, política, ética e intelectual, frente a la reelección indefinida, la acumulación grotesca de poder y la impunidad, la simple apilación de todas las preguntas que deja el Gobierno sin resolver, se convertiría en motivo de escarnio y debilitamiento de sus posiciones.
Quien ha hecho de la impostura un arte y su oficio sabe que no pueden regalarse tales oportunidades. Su destreza de cortesano y manipulador, tan característica de las burguesías burocráticas, expertas en transformar el uso del poder en ganancias líquidas, tangibles e intangibles, le advierte que puede jugar al desafío, pero que no debe arriesgarse a consumarlo.
El teórico del proceso no debatirá, ni ahora ni luego, porque no puede explicar -simplemente para empezar con un eslabón- por qué insiste en llamar “microcorrupción” a que en el Fondo, con multi representación ministerial, se hayan evaporado centenas de millones y, lo que es peor, la independencia de las organizaciones campesinas del país. La maniobra de tratar de salvar responsabilidades, argumentando que dos exministras y una exdirigente nacional están presas, junto con muchos otros mandos medios sindicales, no resiste el cuestionamiento de cuál es la razón que tuvo el Ejecutivo para ignorar las múltiples denuncias y advertencias, ni al completo estancamiento de las causas judiciales.
Tampoco hay forma en que pueda explicar porque buena parte de las enormes inversiones ya consumadas muestran una gran o completa inutilidad, como el aeropuerto internacional de Chimoré, el ingenio de San Buenaventura o la segunda planta secadora de gas natural, que no cuenta con suficiente materia prima para utilizar ni un tercio de su capacidad instalada.A falta de veracidad, gracia e ingenio usa la pose de adolescente locuaz y sobrador, que después de haber fallado en imitar a Robespierre, porque se parece más a un Saint Just andino, y de haberle sido imposible revivir a V. llich Ulianov, porque sus reflejos son más bien los del georgiano Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, no tiene más remedio que vivir en el Estado de la apariencia.
Parafraseando a uno de los principales dirigentes de la primera marcha indígena de 1990, hay que decir que los debates son siempre importantes, pero lo esencial es que los malabaristas de los latigazos verbales rindan cuentas, más pronto que tarde.
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