¿Por qué Mauricio Ramírez Villegas, representante del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, en Bolivia apoyó oficialmente la decisión del gobierno de Evo Morales para levantar la intangibilidad del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, Tipnis?

¿Conoce el funcionario el contrato firmado por Patricia Ballivián para favorecer la construcción de una carretera en medio de un área protegida? ¿Sabe por qué marcharon los nativos en 2011? ¿Le informaron que el término de “intangibilidad” fue aceptado por las autoridades indígenas de tierras bajas como un nuevo candado ya que el Movimiento Al Socialismo había vulnerado las condiciones establecidas en 1965 y en la década de los noventa?

El tono del comunicado emitido en la víspera de la firma de la ley que abre ese espacio al avance de los ganaderos, desde el norte, y de los cocaleros, desde el sur, no es casual. Es muy difícil creer que fue motivado por el Bien Común o para favorecer a los más vulnerables, como se supone debe actuar el Sistema de Naciones Unidas; para ello lo crearon los estados miembros.

Incluso en la terminología utilizada y alabando la norma que “será de adecuada implementación” y el futuro luminoso que les espera a los habitantes del Tipnis, la nota podría ser fácilmente firmada por Sonia Brito u otro parlamentario oficialista. ¿Hubo alguna llamada, alguna presión? No lo sabemos, pero sí conocemos el deterioro del PNUD en la última década.

Lo más grave no son las palabras, sino que la ONU en Bolivia ha perdido la posibilidad de mediar en conflictos o de encabezar una cruzada anticorrupción, como hace en Guatemala. Varias veces hemos señalado el lamentable rol del representante de la oficina de Derechos Humanos que resumió en cuatro líneas la represión en Chaparina en el mismo informe de alabanzas a la elección judicial.

Con la Defensoría del Pueblo capturada por los poderes oficiales, por fracciones partidarias que también alejan a antiguos combatientes del “proceso de cambio”, una débil Asamblea de Derechos Humanos, la mucha televisión y el clientelismo, los actores sociales bolivianos no tienen interlocutores como hace años.

En la otra punta está el neocolonialismo más triste, Pedro Vare es un ejemplo, antiguo marchista y súbitamente defensor de “que lleguen los caminos, los proyectos productivos, la salud, la educación”. Una vez más los colonizadores, ahora cobrizos interculturales, llegan con sus espejitos de colores, sus collares y coronitas.

La historia los juzgará y recordará sus nombres y sus roles.
 
La autora es periodista.