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miércoles, 13 de septiembre de 2017

reclamando a SE, EM dignidad para la mujer boliviana, y que deje de ser objeto de "regalo sexual y símbolo del disfrute del poder, Maria Galindo conocida feminista sale en defensa del sexo débil y le pide al Jefe del Estado termine de esta subvaloración de la mujer tenida como oobjeto ornamental para la perversa complacencia carnal.


El problema no es la tanga, ni la calza


Quienes le organizaron la fiesta al Presidente en Cochabamba, saben que la bailarina no era una compañera espontánea, sino un regalo preparado para él tal cual se envuelve un objeto en un papel de regalo. El Presidente recibió el tal "regalo” como un acto de halago a ser disfrutado y utilizado públicamente. No es la primera vez que algún jerarca del MAS, algunos burócratas de alguna empresa estatal, o algunos dirigentes de alguna comunidad le preparan este tipo de "regalos” (entre comillas) al Presidente. Regalos envueltos en cosificación de las mujeres, en machismo público, en formas de exhibición de las mujeres como objeto de ornamento del poder. El propio Presidente hizo lo mismo en infinitas ocasiones. Tenemos conocimiento directo de que le envío el siguiente mensaje al expresidente Rodríguez Zapatero cuando iba a visitar el país: "Te recibiré con dos cocaleras”.

Las compañeras bartolinas contemplan este tipo de escenas pasivamente. No replican, no critican ni exigen dignidad. Se sienten eróticamente desplazadas, no deseadas. Ellas no son un regalo ni son "físicamente” dignas de ser deseadas ni de bailar con ellas. Ellas sirven para vigilar, sirven como bastión de matonaje, como masa de apoyo, como ejército de fanáticas; no como compañeras y no como mujeres sexualmente deseables. Hay una postura además perversa en el Presidente de nombrarlas como vigilantes, porque ningún lugar es válido si de dignidad se trata: ni ser una mujer objeto a ser regalada, ni ser una mujer reducida a la condición de masa de apoyo.

El Presidente recibió "el regalo” complacido y se dedicó públicamente a disfrutar de la compañía asignada porque ésta representaba galones de poder viril que el resto de los machos le envidiaban, le disculpaban, le otorgaban en reconocimiento machista de que él es por ahora el que goza de los privilegios del poder hasta el grado más extremo que nos podamos imaginar, como es disponer de las mujeres para deleite propio. Lo han hecho históricamente los gobernantes de este país.

No victimizo, ni soslayo la subjetividad, la voz y los deseos de la bailarina que probablemente haya gozado por aquella noche de un jugoso contrato de compañía. Me interesa en esta ocasión analizar el peso que este comportamiento tiene para el conjunto de mujeres bolivianas. 

Ahí, sin duda, y analizando otros tantísimos hechos ocurridos, me atrevo a señalar lo siguiente: una legitimación del acoso sexual en las funciones públicas donde todos los reyes chiquitos quieren reproducir el poder del rey con su secretaria, con la portera, con la novata. Donde quieren cobrar el puesto de trabajo en la cama. El menosprecio, la desvalorización y el hostigamiento de todas aquellas mujeres que no quieran ocupar el lugar de objetos de ornamento, con todas aquellas que se niegan a ocupar el lugar de objeto sexual de complacencia del alcalde, del jefe regional, del dirigente de turno. La valoración de todas las mujeres cercanas al partido o a la organización social desde su aspecto físico y como objetos sexuales.

La mirada del Presidente sobre la "porno bailarina vestida de cochala” no es ocasional, sino un modelo de comportamiento con el conjunto de las mujeres de este país. Es un modelo del lugar que se nos asigna en la política hoy. Es un modelo estético también sobre lo que de nosotras se exige.

Hemos tenido violaciones en Adepcoca, en gobernaciones y alcaldías. En las fiestas de oficinas públicas se cierra la puerta con llave para que ninguna mujer "escape” al asedio sexual.

La repetición esclavizante del código de valor de las mujeres convierte el aspecto físico de cada una de nosotras en un factor tiránico racista y sexista que opera sobre nuestra manera de vestir y de ser en el trabajo y en la vida política. Introduce, además el Presidente, la exigencia de un pacto de silencio y complicidad de parte de todas las otras mujeres que presencian una escena de violación, de manoseo, de acoso, de uso de las mujeres como objetos. Ellas, las otras, deben aplaudir, envidiar y no criticar ese comportamiento.

Como ve usted, señor Presidente, no se trata de polleras largas, calzas o tangas. Se trata de dignidad y de respeto en la relación con las mujeres; algo que usted una vez más nos ha demostrado no comprender.
 
María Galindo es miembro  de Mujeres Creando.

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