Una de las principales consecuencias de la debacle económica, política y social que está llevando al chavismo venezolano al borde de su colapso definitivo es que está obligando a todos los países que en algún momento se inspiraron en su ejemplo a buscar nuevos derroteros. Entre ellos, probablemente el más notable es el caso ecuatoriano cuyo presidente Rafael Correa, muy cautelosamente ha decidido marcar distancias con la esperanza de evitar de ese modo un destino similar al de su homólogo Nicolás Maduro.
Ese cambio de actitud se está manifestando de muchas maneras. Entre ellas, se destaca la intención del gobierno ecuatoriano de entablar relaciones con una de las empresas más emblemáticas del capitalismo, la Coca Cola.
Para dejar constancia de la seriedad de sus intenciones, Correa no ha delegado a funcionarios de segundo orden tan importante asunto. Ha sido él quien personalmente ha recibido a su contraparte, el presidente de Coca Cola, Muhtar Kent, para discutir los términos de la sociedad.
Según los informes oficiales, la base de las negociaciones bilaterales es la propuesta de la corporación estadounidense para invertir mil millones de dólares durante los próximos años para extender, desde Ecuador, su presencia en los mercados regionales, y otros 400 millones para adquirir un consorcio de productos lácteos.
Por razones obvias, la eventual alianza estratégica entre Coca Cola y Ecuador no es un detalle que pueda pasar desapercibido. Es más bien todo un signo de los tiempos, un elemento que por su carga simbólica, además de su importancia económica, anuncia la dirección haci
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