Los griegos fueron los primeros en hablar de democracia hace 2.500 años y a pesar del paso del tiempo, menos de la mitad de los países en la actualidad tienen este sistema de gobierno, el único cuyo progreso está ligado al derecho y a la libertad y que pone al Estado al servicio del ciudadano y no al revés.
No existe la democracia perfecta, pero siempre es mejor convivir con las fallas y tratar de superarlas, que soportar cualquier tipo de tiranía, incluso las que se tratan de mimetizarse bajo el colorido traje del populismo.
Todos los años, organismos especializados miden la situación de la democracia en el mundo, pero muy pocos indicadores son tan contundentes como el que acaba de hacer público el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en base al informe "Asylum Trends", una suerte de ranking de los asilados en el mundo. Según el estudio, las solicitudes de asilo en los países industrializados, la mayoría de los cuales gozan de buena salud democrática, han subido en un 28 por ciento en el año 2013 y actualmente se tramitan alrededor de 612 mil, el número más alto desde el 2001.
Se trata de personas que huyen de las guerras, que escapan de los regímenes intolerantes, que son acosados por sistemas de persecución política y parajudicial, que no gozan de las mínimas libertades y del derecho a enfrentar un juicio justo; son individuos que reflejan el mal estado de la democracia, la ausencia de justicia, el crecimiento del autoritarismo y el avance de ideas que limitan la libertad y que proponen soluciones mesiánicas que recortan el pluralismo.
No es necesario recalcar que los principales países expulsores son los que enfrentan crisis humanitarias como la de Siria, con 56 mil solicitudes de asilo, una insignificancia si comparamos con los 2,6 millones de sirios refugiados en el extranjero y más de 6,5 millones de desplazados dentro del país.
Los que huyen de gobiernos opresores no solo buscan refugio en países que les aseguran mayor bienestar económico sino también protección a sus derechos y en ese sentido no es raro el dato de que el 80 por ciento de las peticiones de asilo se dirigen a Europa y en segundo lugar Estados Unidos y Canadá. En otras palabras, la gente busca refugio en la democracia, en países donde se respeta la justicia y donde la política se rige bajo mínimas condiciones de ética y respeto a las minorías.
No hay datos exactos del número de ciudadanos bolivianos que han tenido que abandonar el territorio por falta de garantías en la justicia o porque simple y sencillamente sus ideas se volvieron incómodas y el Gobierno dispuso de todos sus mecanismos represivos para decretar la muerte civil. Sin embargo, hay cifras que se divulgan y que se van pareciendo cada vez más a las producidas en épocas dictatoriales, cuando no solo había que andar con el testamento bajo el brazo, sino también con el salvoconducto y la maleta.
Bolivia comienza a llamar la atención internacional por sus "ilustres refugiados", por sujetos como Soza, Ormachea o Sanabria, que no solo reflejan la crisis judicial, sino también la degradación de la democracia, la ausencia total de valores sociales y una crisis moral que nos pasará una factura muy costosa. Y tal como ocurre con quienes piden el asilo, son otros países los que nos siguen dando el ejemplo de cómo se debe conducir la justicia.
No existe la democracia perfecta, pero siempre es mejor convivir con las fallas y tratar de superarlas, que soportar cualquier tipo de tiranía, incluso las que se tratan de mimetizarse bajo el colorido traje del populismo.
Todos los años, organismos especializados miden la situación de la democracia en el mundo, pero muy pocos indicadores son tan contundentes como el que acaba de hacer público el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en base al informe "Asylum Trends", una suerte de ranking de los asilados en el mundo. Según el estudio, las solicitudes de asilo en los países industrializados, la mayoría de los cuales gozan de buena salud democrática, han subido en un 28 por ciento en el año 2013 y actualmente se tramitan alrededor de 612 mil, el número más alto desde el 2001.
Se trata de personas que huyen de las guerras, que escapan de los regímenes intolerantes, que son acosados por sistemas de persecución política y parajudicial, que no gozan de las mínimas libertades y del derecho a enfrentar un juicio justo; son individuos que reflejan el mal estado de la democracia, la ausencia de justicia, el crecimiento del autoritarismo y el avance de ideas que limitan la libertad y que proponen soluciones mesiánicas que recortan el pluralismo.
No es necesario recalcar que los principales países expulsores son los que enfrentan crisis humanitarias como la de Siria, con 56 mil solicitudes de asilo, una insignificancia si comparamos con los 2,6 millones de sirios refugiados en el extranjero y más de 6,5 millones de desplazados dentro del país.
Los que huyen de gobiernos opresores no solo buscan refugio en países que les aseguran mayor bienestar económico sino también protección a sus derechos y en ese sentido no es raro el dato de que el 80 por ciento de las peticiones de asilo se dirigen a Europa y en segundo lugar Estados Unidos y Canadá. En otras palabras, la gente busca refugio en la democracia, en países donde se respeta la justicia y donde la política se rige bajo mínimas condiciones de ética y respeto a las minorías.
No hay datos exactos del número de ciudadanos bolivianos que han tenido que abandonar el territorio por falta de garantías en la justicia o porque simple y sencillamente sus ideas se volvieron incómodas y el Gobierno dispuso de todos sus mecanismos represivos para decretar la muerte civil. Sin embargo, hay cifras que se divulgan y que se van pareciendo cada vez más a las producidas en épocas dictatoriales, cuando no solo había que andar con el testamento bajo el brazo, sino también con el salvoconducto y la maleta.
Bolivia comienza a llamar la atención internacional por sus "ilustres refugiados", por sujetos como Soza, Ormachea o Sanabria, que no solo reflejan la crisis judicial, sino también la degradación de la democracia, la ausencia total de valores sociales y una crisis moral que nos pasará una factura muy costosa. Y tal como ocurre con quienes piden el asilo, son otros países los que nos siguen dando el ejemplo de cómo se debe conducir la justicia.
Los refugiados huyen de las guerras, escapan de los regímenes intolerantes. Son personas acosadas por sistemas de persecución política y parajudicial, que no gozan de las mínimas libertades y del derecho a enfrentar un juicio justo; son individuos que reflejan el mal estado de la democracia, la ausencia de justicia, el crecimiento del autoritarismo y el avance de ideas que limitan la libertad y que proponen soluciones mesiánicas que recortan el pluralismo.
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