No es ni el precio ni el confort del avión presidencial adquirido del Manchester United, uno de los ricos clubes ingleses de fútbol, los que han ocasionado las críticas a la decisión de comprarlo. Ha sido el momento de la operación y el mensaje que traía para los bolivianos. Era un mensaje que tocaba las fibras de quienes en mayo reclamaban un mejor aumento salarial. Y especialmente, las de los cientos de indígenas del oriente y a quienes representan que marchaban hacia la sede de Gobierno. Los intentos de detenerlos no habían surtido efecto hasta la pasada semana. Se los acusa de desestabilizadores, de trabajar para Usaid, de plantear demandas anticonstitucionales. A ellos, por acto de decencia y de conciencia, se sumaron seis diputados de las etnias en marcha. Con consecuencia, virtud rara en la Bolivia de estos tiempos, dijeron que no podían permanecer en los hemiciclos legislativos mientras la marcha se desarrollaba sufridamente.
¿Y qué reclamaban? Cumplir los preceptos de la Constitución. Por ejemplo, el art. 403, que dice, en su primer inciso: “Se reconoce la integralidad del territorio indígena originario campesino, que incluye el derecho a la tierra, al uso y aprovechamiento exclusivo de los recursos naturales renovables en las condiciones determinadas por la ley; a la consulta previa e informada y a la participación en los beneficios por la explotación de los recursos naturales no renovables que se encuentran en sus territorios; la facultad de aplicar sus normas propias, administrados por sus estructuras de representación y la definición de su desarrollo de acuerdo con sus criterios culturales y principios de convivencia armónica con la naturaleza. Los territorios indígena originario campesinos podrán estar compuestos por comunidades”.
Los indígenas del oriente pedían consecuencia. Quienes preveían que el texto constitucional, aprobado ya saben cómo, rebotaría contra el Gobierno y volvería al país ingobernable, deben sonreír. Todo esto no deja de causar desánimo, como el de los animales de la fábula de Orwell (Animal farm o Rebelión en la granja). Los últimos párrafos de la fábula: “Había (entre los cerdos y los hombres reunidos para sellar la paz) el mismo entusiasmo de antes, y las copas eran vaciadas hasta la última gota. Pero cuando los animales que estaban afuera contemplaban la escena parecía que algo extraño estaba ocurriendo. ¿Qué había de alterado en las caras de los cerdos? Los viejos ojos de Clover (la yegua) se movían de una cara hacia otra. Algunos tenían cinco papadas, otros tenían cuatro, algunos tres. Pero, ¿qué era lo que parecía fundirse y cambiar?
Luego, con el aplauso concluido, el grupo tomó las cartas y continuó el juego interrumpido, y los animales se retiraron en silencio.
No habían caminado 15 metros cuando pararon de golpe. Un fuerte murmullo de voces venía de la casa de hacienda. Corrieron de vuelta y miraron desde las ventanas de nuevo. Una violenta disputa estaba en curso. Había gritos, golpes sobre la mesa, miradas agudas de sospecha, negativas furiosas. La fuente del problema parecía que Napoleón y el Sr. Pilkington habían jugado al mismo tiempo un as de espadas.
Doce voces gritaban airadas, y todas eran parecidas. Y ahora no había dudas de qué había ocurrido con la cara de los cerdos. Las criaturas que estaban afuera miraron al cerdo y al hombre, y al hombre y al cerdo, y al cerdo y al hombre otra vez; pero ya era imposible decir quién era quién”.
* Periodista, http://haroldolmos.wordpress.com
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