Para nadie es un secreto que las Fuerzas Armadas, en los “órdenes abierto y cerrado”, que implican el manejo de armas, la teoría y educación cívica, conjuntamente los ejercicios y entrenamiento, deben lograr resultados óptimos; nadie ignora tampoco que la vocación militarista y armamentista de los militares profesionales les hace concebir la inminencia de enfrentamientos, guerrillas o guerras. Parece que, por principio, no conciben que los pueblos pueden y deben vivir en paz y armonía.
Conforme a esas normas en el entrenamiento militar instruyen y entrenan a cadetes y soldados para los hechos más increíbles que, supuestamente, “pudiesen presentarse en tiempos de guerra”. La alusión sería válida si las guerras estuviesen permanentemente en la vida de los bolivianos. Lo grave es que los entrenamientos están plenos de ejercicios que son atentados a los derechos humanos.
Diversos canales de televisión, con el mejor de los criterios, han mostrado imágenes de torturas a los reclutas; el griterío escuchado por efecto de los choques eléctricos y otras torturas enardeció los ánimos de muchas madres y familiares que jamás estarían conformes con semejantes tratos a sus seres queridos. Los métodos utilizados por los militares son inhumanos, degradantes e incivilizados; son hechos de tortura que buscan lastimar, denigrar al soldado y hacerle sentir dolores y sufrimiento que no tiene por qué soportar.
La explicación de los “mandos” es que “se trata de hechos normales para fortalecer la capacidad física y para templar el espíritu para el caso de interrogatorios por parte del enemigo”. Una explicación absurda y peregrina que no corresponde y que es atentatoria, inmoral, sañuda e ignorante.
Para los mandos militares, “los antiguos hacen con los mostrencos lo que hicieron con ellos”. Atenidos a esta costumbre incivilizada, se permiten entrenamientos que salen de toda lógica y entendimiento de lo que debería ser un verdadero, consciente y civilizado entrenamiento; pero, parecería que para los militares no existen textos ni vídeos ni forma pedagógica alguna para mostrar los extremos que se sufre en una guerra y prefieren someter a las torturas más inhumanas a quienes, “por cumplir con el servicio militar” acuden a los cuarteles y, a quienes, en los institutos profesionales, buscan una profesión militar pero sin saber los rigores a los que serán sometidos, inclusive con peligro de perder la vida.
Será preciso que la obligatoriedad de servir en los cuarteles desaparezca – aunque, según los casos y las circunstancias, es muy fácil rehuir al servicio militar tan sólo erogando determinada cantidad de dinero para conseguir la libreta de servicio auxiliar –. Por supuesto, la formación y educación de militares, en sus respectivos institutos, deberá ser más acorde con los derechos humanos y las normas más elementales de respeto a la dignidad de las personas. Creer que “todo lo que se hace es parte de los estudios” es equivocar los caminos y es contravenir principios universalmente proclamados de respeto, evitando salvajismos que nadie precisa saber ni practicar para su aplicación en “guerra o confrontaciones” que nunca sucederán o, si ello ocurre, dará lugar a que cada persona responda de sus actos conforme a su formación en valores.
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