Tiempo de cosecha
En 1991 el jefe de la familia Gambino, John Gotti, fue condenado a prisión perpetua por una corte norteamericana. Se terminaba así la carrera de uno de los más glamorosos personajes de la mafia nuyorkina. Su caída definitiva se debió al testimonio de su segundo, Sammy Gravano, quien se acogió luego al programa de protección de testigos del Gobierno. El United States Witness Protection Program es administrado por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos y reubica, con nombre y dirección nuevos, a los testigos como Gravano, quien siendo asesino confeso, entre muchos delitos, fue perdonado por su actuación en la condena del capo.En el caso del general Sanabria, hoy en Miami y con una perpetua como segura sentencia, uno se pregunta acerca de quiénes son en realidad a los que persiguen los norteamericanos. Sanabria, a pesar del monto económico de sus crímenes, es todavía un apéndice en el asunto. Hay criterios sin duda que exceden los límites meramente financieros y se transforman en políticos, como sucedió en el caso de Manuel Antonio Noriega.Opciones apuntan a que se quiere utilizar al delincuente boliviano para desbaratar una red de tráfico. Sanabria era un detalle logístico de un entramado mayor. Pero está claro que no sólo Estados Unidos sino todos saben bien quiénes, cuántos, dónde y cómo trabajan en el negocio de la droga. No se los atrapa y menos extermina porque funcionan a la perfección en el mundo capitalista de los negocios. Cierto que el Chapo Guzmán entra en la lista Forbes de los hombres ricos del orbe, pero hay muchos otros, muchísimos, en la sombra y con prestigio y respeto que se benefician como él del truculento festín. Se ha molestado al amo, al país imperio que rigió los destinos de América por demasiado tiempo. Y ahora llegó el momento de cobrar, Sanabria es el comienzo. La lástima radica en que el que paga, la que en este caso, es la población que trabaja y hace cola para el azúcar, a la que la subida de unos céntimos en el transporte afecta, la que ha sido otra vez y con retórica malévola y pertinaz engañada por los que gobiernan. Les llegó el tiempo de caer, dejándonos como siempre con la ilusión de que al menos algunos cambios son posibles. Hoy parece que ninguno.En vano hablan de franciscanismo, de la pobreza de los ministros, de la limpidez de las cúpulas. Bien sabe el pueblo, sin que se lo digan, quién roba y quién no. La pena, otra vez, es que hasta el derecho de ser juez se le veta; otros han de juzgar y condenar, soslayando a los damnificados.La justicia del norte se aventará con todo encima del originario general, hasta aterrarlo. Nada raro que entonces el policía cante como jilguero. Y su canto, dorado por las promesas de inmunidad y paz que le han de ofertar, perforará los oídos de los que tras bambalinas lucraron junto a él, y que son el objetivo en pos del cual corren hambrientos los sabuesos.
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