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sábado, 1 de marzo de 2008

Brasil no cederá a Argentina ni una molécula de gas

la afirmación contundente aparece destacada en artículo del más grande de los diarios del continente La Nación en la edición que saldrá a luz en horas más:

el problema de la falta de gas

La reciente reunión de la presidenta Cristina Kirchner con sus pares Evo Morales y Lula da Silva resultó infructuosa para mejorar las perspectivas argentinas en materia de abastecimiento de gas y encontró una tajante respuesta de Brasil. No cederá a la Argentina ni una molécula del gas boliviano. En todo caso, podrá vendernos una potencia eléctrica de 200 MW en las horas pico. Está claro que estamos frente a un panorama extremadamente difícil y que se requerirán importaciones crecientes de combustibles líquidos para sustituir donde sea posible el uso del gas. Es sólo una faceta de la crisis energética que tiene su otra cara en el sector eléctrico y que demanda subsidios estatales que crecen a un ritmo vertiginoso. Como consecuencia de los importantes descubrimientos de reservas entre los años setenta y noventa, el gas natural se constituyó en un componente relevante del balance energético argentino. Por su bajo costo, el uso de este combustible orientó la evolución del parque de generación eléctrica y además impulsó la petroquímica y otros usos industriales. En la forma de gas natural comprimido (GNC) penetró como sustituto de los combustibles líquidos en el parque automotor. Se extendió naturalmente en el empleo residencial, mediante su distribución por redes o bien en garrafas y tubos, al envasar los licuables asociados al gas natural como el propano y el butano. El importante y extenso horizonte de las reservas gasíferas, en particular tras el descubrimiento del yacimiento de Loma de la Lata hacia fines de los setenta, promovió la construcción de una importante red de gasoductos, que llevaron el fluido a los grandes centros de consumo. En los noventa, se tomaron compromisos de exportación hacia Chile y Uruguay que se tradujeron en la construcción de gasoductos hacia esos dos países. Las importaciones anteriores desde Bolivia dejaron de ser necesarias y el gasoducto desde ese país llegó a invertir el sentido del fluido que transportaba. La licuación del gas para permitir su transporte por barco a largas distancias requiere de inversiones y costos muy elevados. Por ese motivo, a diferencia de los combustibles líquidos, los mercados del gas natural no definen precios internacionales únicos, sino situaciones específicas para cada red interconectada, sea nacional o regional. La satisfacción de la demanda queda sujeta a las redes existentes de gasoductos, y a las reservas y a la extracción de los yacimientos conectados. Debe entenderse esta circunstancia para comprender las negociaciones y los problemas que hoy involucran en forma interdependiente a la Argentina, Bolivia, Brasil y Chile. La Argentina perdió su carácter de exportador de gas debido a la caída del ritmo de crecimiento y, más recientemente, a la declinación de su producción doméstica de gas frente al fuerte aumento de su demanda, potenciada por precios artificialmente bajos. El congelamiento de las tarifas en las redes públicas produjo los efectos que cabía esperar. Se desalentaron las inversiones, se afectó finalmente la oferta, mientras se exacerbaba la demanda. Apareció el desabastecimiento. El primer arbitrio al que se recurrió fue la reducción de las exportaciones a Chile. Se incumplieron compromisos y se afectó duramente a ese país, y se dejaron inutilizadas grandes inversiones para el transporte. De un promedio diario exportado a Chile de alrededor de 20 millones de metros cúbicos en 2003 se ha pasado a sólo algo más de dos millones en 2007. Esto no fue suficiente para lograr abastecer adecuadamente el mercado interno, que debió someterse a racionamiento en los meses de invierno, con cortes de suministro a las industrias, sustitución por combustibles más caros en las usinas y caídas de presión en las redes. El frío invierno de 2007 expuso crudamente esta situación, que no fue atemperada siquiera por el efecto de un sinceramiento parcial de las tarifas en los usos no residenciales. La importación de gas desde Bolivia en un escenario de angustiante necesidad llevó al gobierno argentino a sujetarse a aumentos de precios contra la eventual compensación ilusoria de un compromiso de provisión de 27 millones de metros cúbicos diarios en el futuro. El precio así se triplicó, y las apuradas negociaciones, sumadas a alguna torpeza, determinaron que nuestros funcionarios ignoraran hasta el efecto que los nuevos acuerdos pudieran tener sobre los que Brasil tenía establecidos sobre el gas con Bolivia. El gas llevado desde los yacimientos del oriente boliviano hacia San Pablo debió soportar un precio mayor, aunque inferior al pagado por nuestro país y, además, con preferencia en caso de insuficiencia. Esto último ha debido aplicarse y los volúmenes inyectados hacia la Argentina han sido reducidos desde seis millones de metros cúbicos diarios a sólo algo más de dos millones, similar a lo exportado a Chile. Difícilmente, se pueda esperar un aumento en el futuro en vista de las dificultades del gobierno de Evo Morales para incrementar la producción. La política de nacionalizaciones, el fuerte aumento de las regalías y las medidas intervencionistas han desalentado y limitado allí las inversiones petroleras. Las perspectivas de traer gas boliviano están, por lo tanto, desdibujadas. Así las cosas, el sinceramiento del sistema de precios y la creación de condiciones institucionales y políticas aceptables para la inversión son el único camino para evitar que los problemas con el gas y la energía en general no condicionen dramáticamente nuestro crecimiento productivo y la competitividad por un largo tiempo.

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