En pos del crimen y la barbarie
Mauricio Aira
Por más esfuerzos que se haga por encontrar algo positivo de cuanto sucede en el entorno para presentarlo y reflexionar con nuestros lectores, hidalgo es concluír que no logramos, porque cuanto más uno lee, escucha y ve, más conjoga y tristeza invade el espíritu porque nunca como ahora, graves síntomas de descomposición social se imponen con una fuerza brutal imposible de ignorarse.
Ya Los Tiempos en su artículo central ha intentado enlistar aquello que abruma y preocupa al pueblo como ser las amenazas del número Uno de los uniformados contra supuestos separatistas, los incidentes en Sucre donde un cabildo proclamó a una mujer campesina como prefecta del departamento, la indignación existente en Santa Cruz y la toma del edificio prefectural en La Capital, la prohibición de exportar aceite vegetal en perjuicio de los productores del oriente. Los ingredientes contenidos en estos hechos periodísticos quedan relegados a un plano diferente de lo sucedido en Epizana el 26 de febrero hace 30 días.
En efecto y merced al trabajo periodístico de Notivisión hemos resultado impactados por la crueldad, el salvajismo, la violencia brutal con que tres jóvenes de la Policía Nacional fueron detenidos, encerrados y en el corolario trágico torturados y maltratados hasta la muerte por una turba aleccionada por sus “dirigentes originarios” que determinaron el vil asesinato de carabineros de origen humilde, si se quiere asímismo originarios, sin motivo aparente y ante el evidente abandono de sus camaradas.
Aquella turba retratada en todo su criminal accionar por dos periodista valientes que a riesgo de sus vidas lograron filmar las inenarrables secuencias de la “calle de la amargura” a que se los sometió durante largo tiempo, víctimas de golpes de piedra, empellones, apaleos y persecusiones en un escenario donde no apareció una sola persona que hubiera reclamado cordura, llamado a la tranquilidad o tratado de impedir aquel triple asesinato que marcará para siempre a Epizana como pueblo maldecido, acreedor a la ira divina!
Willy Alvarez, Walter Avila y Eloy Yupanqui eran seres humanos que dejan en la orfandad a padres, esposas, hermanos, hijos y por más que se ha querido cubrir con un velo de sombra los pormenores del crimen del que fueron víctimas, salta a la vista que cualquiera hubiera sido el motivo que promovió la masacre, nada absolutamente justifica el linchamiento. Lo imperdonable e incomprensible es hasta ahora, la tardanza de la Policía alarmada directamente lo que consta de las llamadas que recibió el comandante de Cochabamba, en acudir a salvar a sus camaradas. Más aún, resulta realmente inaudito que habiendo llegado un pelotón a pocos metros del sitio donde las víctimas estaban siendo retenidas, se hubieran dado vuelta atrás. Fue un acto de cobardía, de abandono de los tres policías, de entregarlos a la masa que horas más tarde cometió el más grave delito, hasta el día de hoy impune, sin castigo frente a una ciudadanía consternada ante la injusticia, el encubrimiento, la complicidad.
Vano sería el intento de llevar el consuelo a los seres queridos de Willy, Walter y Eloy víctimas de esa diabólica corriente que está asolando la nación con la sombra de una mal llamada “justicia comunitaria”, que en el caso de Epizana guarda concomitancia con una ministra de estado, irónicamente “de justicia”, cuyos parientes aparecen involucrados en los sucesos de alguna manera, y de la turba que procede de Chillijchi, en la cercanía de Epizana y de manejos turbios incluyendo el tráfico de drogas y el contrabando. Al revelar el programa televisivo Notivisión los inocultables detalles de los asesinatos, ha quedado al descubierto gran parte de la verdad, testimonio suficiente del delito infraganti para poner tras las rejas a los criminales sin vuelta de hoja.
Ante lo sucedido se puede pensar que el gobierno está dando una mala señal de ser el delito posible si la meta es noble. La falacia (se trató de extorsionadores) no puede justificarlo. Se cita a J.B.Alberdi cuando afirmó “que donde falta gobierno falta libertad, la falta de leyes o que éstas no se cumplen supone la anarquía”, o sin castigo no hay Estado, sin el control y la sanción del delito el Estado desaparece. Se trata de castigar a los culpables con los códigos vigentes, la impunidad dejaría suelto al monstruo de siete cabezas. Hay que limitar el libertinaje, el concepto de falsa libertad que hoy está en boga, por la imprecisión e inseguridad jurídica que ha desatado “el cambio”. Si el Estado no respeta las leyes que ha creado se entra en la vorágine de anarquía donde la razón está del lado del más fuerte y no de la ley. La ley se inventó para frenar la barbarie no para potenciarla aunque por momentos nos parezca que ésta recibe aliento del gobierno establecido.
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