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domingo, 17 de abril de 2011

Evo huyó de Oruro su sitio natal, Evo huyó del estadio Siles, Evo huyó de Yacuiba y huyó de Tarija. Ya es bastante de huir. Ponga el pecho y afronte.

¡Se jodió todo Presidente!

El presidente Morales cree que todavía es el caudillo que se coronó como “líder espiritual” de Bolivia en Tiahuanacu, el 22 de enero de 2010. Quiere jugar fútbol cada vez que se le antoja, intenta asistir a los desfiles y trata de ningunear a los bolivianos como lo hizo con los autonomistas, con los pandinos, con los indígenas del oriente, los agropecuarios, los cochabambinos y hasta los propios campesinos del altiplano, a los que alguna vez les pidió que ya no lo molesten porque le hacían perder el tiempo.

Evo Morales todavía cree que lo quieren tumbar desde afuera. Los medios de comunicación oficialistas siguen hablando de un complot de la Embajada y de Usaid, de las supuestas maniobras de la derecha y los neoliberales. Es tanta la alucinación que le dejaron esos cinco años de borrachera, que ve ultraderechistas en la COB y entre los maestros trotskistas que son gasificados sin piedad en las calles paceñas.

Las encuestas lo ubican en niveles parecidos a los que tenía Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre de 2003 y él todavía está convencido –como lo estaba Goni aquella vez-, que la soberbia es la mejor actitud con la que puede enfrentar los conflictos. Pese a que, a punto estuvo de tener su octubre en pleno abril, el Presidente intentó pasarles el capote a los dirigentes de la COB y éstos le recordaron que Evo Morales se ha vuelto tan “tumbable” como sus antecesores. Aun así, el Primer Mandatario insiste en creer que su Gobierno no tiene fecha de vencimiento y decide irse a Tarija de fiesta, donde las dinamitas y los gases lo hicieron huir, como le sucedió no hace mucho en Oruro, su tierra natal. Editorial de El Día. SC. Hemos respetado el título.

Está claro que los remezones del “gasolinazo” no lo han hecho recuperar la conciencia. Ni siquiera el informe de las reservas de gas, que constituyen el sello indiscutible del fracaso de la nacionalización y que nos puede conducir a la quiebra energética, motiva al Gobierno a la reflexión. Como los fuegos de artificio marítimos no surtieron efecto para frenar la caída libre de la popularidad presidencial (lo único que le ha interesado en éstos cinco años), el régimen ha vuelto a hablar de nacionalización, esta vez dirigida a las minas, lo que terminará por sepultar a Bolivia como un verdadero paria en el contexto internacional. El Presidente cree que un nuevo atentado a las inversiones y la propiedad privada puede sacarlo del pozo en el que se encuentra. Es posible que consiga superar apenas un bache mediático, pero podría tratarse de la última medida de esta naturaleza que adopta su régimen, cuyo lamentable legado será la destrucción del aparato productivo del país.




Han sido cinco años de juerga, de costosos experimentos y de fantasías que hicieron creer al Presidente que estaba iniciando la nueva historia de Bolivia. Ha sido tanta la embriaguez, que hasta se olvidaron de que los bolivianos tienen que comer todos los días. Se gastaron la plata en aviones, en armas y satélites. Se mintieron hasta el cansancio con el cuentito de las reservas; permitieron que la gente se dedique al contrabando y al narcotráfico y se olvide de producir maíz y arroz.

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