El gobierno del presidente Evo Morales ha llegado a un momento muy difícil de su mandato, en que está cosechando una serie de errores que maduraron desde 2006.Después de cinco años,se encuentra en un punto en que debe haber un giro, de tal manera que las cosas mejoren.
Las protestas de estos días reflejan el rechazo a la política económica pero el hecho de que el presidente Morales no sea bien recibido en varias ciudades es también resultado de un estilo de gobierno, entre prepotente y soberbio.
Si el Gobierno quiere que estas protestas y esta resistencia cambien, tendrá que meditar profundamente sobre lo que está haciendo. Y concluir, con Einstein, en que no se puede pretender que las cosas cambien si siempre se hace lo mismo.
Aparte de las exigencias de un incremento salarial superior al 10%, las marchas de la COB en todo el país reclaman por la creación de nuevos empleos.
Son los gritos desesperados de bolivianos que se resisten a ingresar a la economía ilegal y esperan que el Gobierno dicte las medidas necesarias para hacer que las inversiones comiencen a llegar al país después de una sequía de cinco años.
Desde las calles, desde las marchas, la gente está dando la receta. Cuando haya más empleo para los bolivianos, preferiblemente en el sector legal, la situación mejorará.
Y entonces quizá el Gobierno de Morales pueda seguir aplicando las políticas sociales de las que está tan orgulloso, pero que se están quedando sin recursos como consecuencia de la crisis económica.
En efecto, la gallina de los huevos de oro, que es el gas natural, como dijo el Jefe de Estado en Yacuiba, está en riesgo como consecuencia de la falta de inversiones y la dramática disminución de las reservas.
Relacionar la política equivocada –de ahuyentar inversiones- con el resultado lamentable –la reducción de las reservas- no requiere mucho esfuerzo.
Por lo tanto, lo que corresponde es atender las exigencias de la calle, de más empleos, y las exigencias del TGN, de más inversiones y más producción. No es muy difícil esta ecuación.
Las ideologías, las vendetas políticas, las ambiciones de un control total del poder, pueden esperar y tendrían que esperar, sobre todo si la situación ha llegado a un momento crítico como el actual.
Por otro lado, la delincuencia crea una realidad que exige mirar de frente a lo que se está haciendo en el país cuando, como dice la Iglesia católica, no se aplica una política severa contra el narcotráfico.
El episodio que afectó al gobernador Rubén Costas, lamentado por todos los bolivianos, es la prueba de que la organización del crimen ha avanzado mucho en Bolivia.
Se ha observado que cualquier concesión que se haga a lo ilegal es aprovechada por toda la sociedad del crimen. Tolerar cocales ilegales en los nueve departamentos no es una cosa desconectada del enorme volumen de droga que sale ahora del país.
Relacionar coca con cocaína tampoco tendría que ser un ejercicio muy difícil.
Los bolivianos están esperando que se corrijan las políticas equivocadas que llevaron a esta crisis. Y el Gobierno central tendría que asimilar cuanto antes esta lección de la realidad.
Las protestas de estos días reflejan el rechazo a la política económica pero el hecho de que el presidente Morales no sea bien recibido en varias ciudades es también resultado de un estilo de gobierno, entre prepotente y soberbio.
Si el Gobierno quiere que estas protestas y esta resistencia cambien, tendrá que meditar profundamente sobre lo que está haciendo. Y concluir, con Einstein, en que no se puede pretender que las cosas cambien si siempre se hace lo mismo.
Aparte de las exigencias de un incremento salarial superior al 10%, las marchas de la COB en todo el país reclaman por la creación de nuevos empleos.
Son los gritos desesperados de bolivianos que se resisten a ingresar a la economía ilegal y esperan que el Gobierno dicte las medidas necesarias para hacer que las inversiones comiencen a llegar al país después de una sequía de cinco años.
Desde las calles, desde las marchas, la gente está dando la receta. Cuando haya más empleo para los bolivianos, preferiblemente en el sector legal, la situación mejorará.
Y entonces quizá el Gobierno de Morales pueda seguir aplicando las políticas sociales de las que está tan orgulloso, pero que se están quedando sin recursos como consecuencia de la crisis económica.
En efecto, la gallina de los huevos de oro, que es el gas natural, como dijo el Jefe de Estado en Yacuiba, está en riesgo como consecuencia de la falta de inversiones y la dramática disminución de las reservas.
Relacionar la política equivocada –de ahuyentar inversiones- con el resultado lamentable –la reducción de las reservas- no requiere mucho esfuerzo.
Por lo tanto, lo que corresponde es atender las exigencias de la calle, de más empleos, y las exigencias del TGN, de más inversiones y más producción. No es muy difícil esta ecuación.
Las ideologías, las vendetas políticas, las ambiciones de un control total del poder, pueden esperar y tendrían que esperar, sobre todo si la situación ha llegado a un momento crítico como el actual.
Por otro lado, la delincuencia crea una realidad que exige mirar de frente a lo que se está haciendo en el país cuando, como dice la Iglesia católica, no se aplica una política severa contra el narcotráfico.
El episodio que afectó al gobernador Rubén Costas, lamentado por todos los bolivianos, es la prueba de que la organización del crimen ha avanzado mucho en Bolivia.
Se ha observado que cualquier concesión que se haga a lo ilegal es aprovechada por toda la sociedad del crimen. Tolerar cocales ilegales en los nueve departamentos no es una cosa desconectada del enorme volumen de droga que sale ahora del país.
Relacionar coca con cocaína tampoco tendría que ser un ejercicio muy difícil.
Los bolivianos están esperando que se corrijan las políticas equivocadas que llevaron a esta crisis. Y el Gobierno central tendría que asimilar cuanto antes esta lección de la realidad.
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