E n una inusual visita, el cardenal Julio Terrazas compartió con los reclusos de Palmasola, donde escuchó sus quejas y les dejó un mensaje de aliento. “Esperamos que nuestra presencia pueda ayudar a encontrar soluciones rápidas a muchos problemas que sufren quienes permanecen en este recinto”, dijo entonces. La máxima autoridad de la Iglesia católica sabe muy bien que la retardación de justicia y el hacinamiento son características de un desastroso sistema penitenciario que mantiene entre rejas a una mayoría de internos con detención preventiva, a falta de sentencia. Que, en consecuencia, se acrecienta el calvario de quienes permanecen privados de su libertad en condiciones tan infrahumanas que han convertido las cárceles bolivianas en bombas de tiempo.
foto de arch. Cardenal Terrazas que visitó Palmasola días antes de renunciar. Sc. |
El penal de Palmasola encaja en esa consideración porque el día a día de miles de reclusos transcurre en medio de una precariedad extrema, indigna de la especie humana. Por si fuera poco, la Policía no puede impedir que desde el mismo recinto avezados reos digiten bandas delictivas, muchas de ellas compuestas por exreclusos, que cometen asaltos callejeros y robos domiciliarios en diferentes zonas de la ciudad.
Otra bomba de tiempo es la ‘carceleta’ de Montero donde cerca de 200 reclusos purgan penas en un ambiente en el que apenas caben 30. A poca distancia de la capital norteña se levanta una ‘cárcel modelo’ con capacidad para 300 internos en sus 70 celdas dotadas de baños higiénicos. La mala noticia es que, a dos años de su construcción, no ha sido habilitada completamente por falta de agua y de conexión del sistema sanitario y de energía eléctrica, servicios esenciales que podrían implementarse si autoridades locales y nacionales se sacuden de su modorra y, tocada su sensibilidad social, ponen manos a la obra.
“La peor pesadilla se vive tras las rejas en Montero”, titula un fotorreportaje de este diario que además describe las terribles condiciones en que más de 230 personas soportan su encierro. “Son cinco celdas. La más grande alberga cuatro reclusos por cada metro cuadrado. Entre ellos hay personas con infecciones contagiosas”. No en balde el sistema penitenciario de Bolivia es considerado uno de los peores del mundo, equiparable al de algunos Estados de África por sus deficiencias en infraestructura, seguridad penal, alimentación y rehabilitación.
Por eso, el drama de mucha gente caída en desgracia se transforma en pesadilla en las tristemente célebres cárceles del país. Y, para males mayores, las soluciones a sus problemas no se anticipan
Consejo Editorial: Pedro F. Rivero Jordán, Juan Carlos Rivero Jordán, Tuffí Aré Vázquez, Lupe Cajías, Agustín Saavedra Weise y Percy Áñez Rivero
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