La forma de justicia que en estos tiempos Bolivia proyecta al mundo tiene estampadas marcas indelebles. La de la mal entendida ‘justicia comunitaria’ con la amenazante habilidad de los degolladores de perros; la de los comerciantes incendiados vivos en Achacachi; la de los policías martirizados en ayllus de Potosí; la de los campesinos vejados en Sucre; la paliza brutal a los marchistas en Chaparina. A esas imágenes se ha sumado la sombra de Jacob Ostreicher y la cruzada del actor Sean Penn para liberarlo. Del caso se supo localmente como una noticia policial más, pero ahora, después de casi dos años, es un suceso que aparece en medios mundiales como ejemplo de una realidad distinta de la que exhibe la propaganda oficial.
Es una de las ironías actuales de Bolivia. Un senador del Gobierno admitió a tropezones la noche del miércoles que el actor fue designado embajador “de las causas nobles” por el presidente Morales y que ese nombramiento está vigente. Colegas del legislador dicen que el agroinversionista Ostreicher es un malagradecido al boicotear la porción del Rally Dakar que deberá pasar por Bolivia. Conociendo el anuncio de un posible boicot y el desánimo que eso provocaría, las autoridades deberían tomar más en serio al actor, a su defendido y la causa que los une.
Con toda su notoriedad, el caso tiene rivales que le disputan atención y a ratos lo aventajan. El llamado ‘caso terrorismo’ o juicio del siglo se arrastra desde hace cuatro años, cada vez con menos creyentes y con la sospecha de que los mayores responsables no están en el banquillo. El juicio transcurre bajo la mirada impaciente de decenas de familias cruceñas y cientos, quizá miles, de parientes y amigos a quienes llega el oleaje del proceso que ahora se desarrolla en Santa Cruz. La audiencia para este caso trasciende fronteras con una peligrosa magnitud que muchos aún no perciben. Que estén involucrados ciudadanos de países de los que nos llegan pocas noticias, como Irlanda, Hungría y Croacia, no significa que esos países sean indiferentes al proceso en curso ni su bloque mayor, la Unión Europea.
Estos días cumple un año en la embajada de Brasil el asilado más notable que ha tenido Bolivia: el senador Pinto, todavía en su refugio en La Paz sin perspectivas de un salvoconducto. Y acaban de pasar seis meses desde que el periodista Fernando Vidal, de Radio Popular de Yacuiba, también estuvo cerca de ser convertido en bonzo por quienes lo atacaron y quisieron quemarlo junto a su operadora, Karen Anze.
Ninguno tiene apoyo de un premio Óscar, pero encierran dramas que algún día serán parte del neorrealismo boliviano
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