Recuerdo la dramática escena de las últimas horas del Gobierno de Carlos Mesa. Un informante advirtió la decisión de los Surco de cercar la plaza Murillo, de ingresar al Parlamento para retener a congresistas cruceños y después copar el Palacio de Gobierno, donde estaba reunido parte del gabinete.
Ninguno de los colaboradores de Mesa se movió, a pesar de los angustiosos llamados de familiares. Era de noche y crecía el rumor del tropel en la esquina de la Ayacucho y Comercio. Entonces el ministro Roberto Barbery sentenció: “Si tocan a un cruceño, yo me pego un tiro. El silencio tenso siguió a esas palabras sinceras.
Varios de esos diputados eran parte de la férrea oposición al Gobierno y coincidían con logieros que habían impedido a Carlos Hugo Molina, íntimo amigo y colega de Barbery, tener gobernabilidad en la prefectura de ese departamento. Incluso, el establishment había creado un castigo social contra ellos, a pesar de ser los mejores representantes de la inteligentia cruceña moderna y nacional.
Barbery reaccionó como un ser humano que respeta la vida, así sea del adversario. Mesa, tan agredido esos días por el entonces fuerte grupo “autonomista, pidió al ministro Saúl Lara garantizar la seguridad de cada uno de sus opositores. Lara le dijo, palabras más o menos, “iré personalmente, y los sacaré uno a uno, no quiero que algún incidente o una provocación precipite un drama.
Después de una o dos horas -nunca puedo medir el tiempo en circunstancias históricas que me toca atestiguar- Lara regresó: “Ya están todos camino al aeropuerto. Mesa había iniciado su corta presidencia asegurando al representante del halcón imperial “no estoy dispuesto a matar y terminó su paso por el Palacio Quemado con la misma convicción.
¡Qué diferencia con su sucesor en la Vicepresidencia que declaró altivo: “Aquí aprendí a matar (junto a su hermano), en el mismo lugar donde el presidente del Senado ahorcó perros como advertencia a los de la Media Luna.
¿Matar a quién? ¿Cómo? ¿Con una bomba? ¿Con un tiro? ¿De a poco, con maniobras envolventes? ¿Quiénes son los enemigos que hay que matar? ¿Quiénes los terroristas? ¿Quiénes los oligarcas?
Seguramente en el movimiento autonomista hubo infiltrados separatistas, como ocurrió entre los cívicos en 1959, pero ése no fue ni es ni será el sentimiento del camba. ¿Por qué insisten en mezclar un tema con otro con el objetivo de destrozar liderazgos cruceños?
El gran repertorio de la lucha contra la corrupción, contra la delincuencia y contra el terrorismo y sus capítulos de redes, grabaciones y videos coinciden en algo: castigar a dirigentes y empresarios cruceños. ¿Cuál es el fin?
Lupe Cajías es periodista
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