Si se hubieran cumplido las teorías del vicepresidente Álvaro García Linera, ninguno de los espinosos datos sobre su cargo, sus parientes y la empresa BoA deberían haber alcanzado la notoriedad pública.
Hace unos años, el segundo mandatario afirmó que el "proceso de cambio" había ingresado a la quinta y última fase de un ciclo de tensiones creativas y que al cabo de esta etapa se llegaría al Estado Integral, es decir al dominio pleno de la realidad política, económica y cultural en la que desaparecerían las contradicciones. En otras palabras, no habría más que una sola voz, incuestionable, irrebatible, incontrastable, inexpugnable, entre otras cosas, porque se impondría el denominado "centralismo democrático" que no admite disidentes ni libre pensantes.
Toda esa teoría le ha costado muchas horas de radio y televisión al Gobierno y también muchos billetes, pues como se ha demostrado en un estudio, la vicepresidencia controla una buena y costosa parte del espectro comunicacional del país. En teoría, ese escenario tan "iluminado" debería servirle al oficialismo para arrasar sin problemas en las próximas elecciones generales. El problema es que la práctica de esas teorías han comenzado a conspirar contra semejantes aspiraciones.
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