Hace unos días Fidel Castro dijo que se consideraba un “resucitado”, porque había estado en los umbrales de la muerte y pudo retornar a este mundo. Algo habrá visto en el más allá o con alguien se habrá encontrando, que volvió más lúcido y sobre todo más sincero con la humanidad a la que seguramente quiere dejarle una imagen engrandecida de su ya enorme figura como político y estadista. Nada menos que ante un periodista norteamericano, el primero que consigue hablar con él en más de 50 años, Castro ha dicho que el modelo cubano no sirve ni siquiera para ellos y menos para exportarlo a otros países.
Las expresiones del ex presidente, que abandonó el poder hace cuatro años y que dejó todo en manos de su hermano Raúl, más inclinado a las reformas, cayó como balde de agua fría para muchos que pensaban que la súbita recuperación del anciano líder significaría aplicar un freno de mano a los cambios que pretendía aplicar el menor de los Castro, quien desde hace tiempo le viene pidiendo a los cubanos que se dediquen a trabajar y que dejen de esperar todo de un Estado que fue pensado para intervenir en cada detalle de la vida de la gente. Un “Estado Integral”, como diría el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera.
Las palabras de Fidel han sido entendidas como un espaldarazo a las reformas de su hermano, quien no sólo pretende abrir más espacios a la actividad privada, sino también deshacerse de una carga burocrática que actualmente absorbe a millones de personas y abolir paulatinamente el acentuado paternalismo estatal, obligado a importar el 80 por ciento de la comida que los cubanos llevan a la mesa.
En realidad, la admisión de Castro llega con varias décadas de retraso, pues el Estado socialista, que comenzó a construirse con el triunfo de la revolución en 1959, jamás fue capaz de demostrar sus reales posibilidades ya sea por el embargo norteamericano, pero sobre todo porque desde un principio se comportó como un régimen apadrinado, primero por la Unión Soviética y luego por la vecina ricachona Venezuela. Tras el ocaso de la primera, en 1989, la economía comenzó a mostrar la fisonomía de un mendigo, traza que no se le quitó ni siquiera con la inyección de los petrodólares chavistas. La industria azucarera, el puntal productivo cubano, fue uno de los fracasos revolucionarios y hoy está en ruinas.
Lo que ha dicho Fidel Castro es apenas la punta del iceberg de lo que ya está sucediendo en Cuba y de lo que se viene en materia de cambios. Poderosos capitales dedicados al turismo ya recibieron el permiso del Gobierno socialista para levantar gigantescos hoteles, campos de golf y astilleros para construir cruceros, de manera de que la isla recobre el esplendor del pasado.
Si el mundo entero ha quedado atónico por las declaraciones de Fidel Castro, es inimaginable la cara que habrán puesto aquellos líderes de la región que desde años pretenden emular el modelo cubano. Evo Morales nunca ocultó su admiración por Fidel y siempre ha dicho que quiere que Bolivia sea como Cuba. Primero, es hora de demostrar ese sentimiento, y segundo, lo mejor sería ahorrarle al país 50 años de reflexión antes de caer en cuenta que lo que se está haciendo ahora en Bolivia no sirve y no va a servir.
Si el mundo quedó atónito por las palabras de Fidel, es inimaginable la cara de los líderes que pretenden emular el modelo cubano.
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