En 1968, el magnate y ex vicepresidente de Estados Unidos, Nelson Rockefeller, hizo una gira por América Latina y entre otras cosas observó el papel que desempeñaba la Iglesia Católica en la región. En un informe que redactó para su gobierno dijo que la Iglesia ya no era “un aliado seguro para Estados Unidos”. “El catolicismo –dijo-, se ha convertido en un peligroso centro de revolución potencial” y recomendó reemplazar a los católicos latinoamericanos por “otro tipo de cristianos”. El multimillonario también sugirió a la Casa Blanca la promoción de las llamadas “sectas” fundamentalistas que brotaban del florido árbol pentecostal estadounidense y así fue. Mientras que la Iglesia católica jamás cambió su vocación humanizante y comprometida con los más necesitados, el protestantismo, cuya política es no involucrarse en asuntos “terrenales” y concentrarse sólo en la salvación de las almas, creció de manera notable gracias al impulso que le dio Estados Unidos. Quién iba a creer que algún día, un “revolucionario” de la talla de Evo Morales coincidiría nada menos que con Rockefeller.
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