Muchas generaciones de bolivianos aprendieron a leer con libros, cuyas únicas imágenes eran las del cerro Illimani, de llamas, vicuñas y alpacas y también figuras de niños aymaras corriendo en el Altiplano. Eso no tiene nada de malo, pero jamás un chico de Roboré (Santa Cruz), Puerto Rico (Pando), de Magdalena (Beni) o de Padcaya (Tarija), pudo ver en aquellos textos un jaguar, una anta, ni siquiera un toro cebú o un racimo de uvas en los valles del Guadalquivir. Los héroes que se conocían eran Túpac Katari, Pedro Domingo Murillo y cuando mucho Juana Azurduy. Conocer la vida de Warnes, de Muiba o de Cañoto era prácticamente imposible en aquellos años, hasta que por fin, y no hace mucho de esto, se aprobaron los libros “regionalizados”, de tal manera de reflejar en la educación primaria, la diversidad y riqueza cultural del país. Ese pequeño logro de la educación boliviana, que se dio por medio de la descentralización administrativa y por un atisbo de sentido común que tuvo el centralismo paceño, quedará totalmente anulado con la nueva ley educativa que impulsa el Estado Plurinacional.
Un régimen que pretende reinventar la historia, mejor dicho, que quiere hacerle creer al mundo que la historia boliviana comenzó el 2006, no podría dejar a la educación de la niñez y la juventud como un cabo suelto. A nombre de la descolonización, quiere negar a los protagonistas de la Independencia, a los forjadores de la democracia y a los que lucharon contra las dictaduras, aquellas que jamás conocieron los conductores del proceso de cambio.
Con la nueva ley educativa, el Gobierno no sólo está profundizando el centralismo que impone mallas curriculares en las escuelas desde Pando hasta Tarija, sino convertir a los establecimientos educativos en centros de adoctrinamiento y en eso lleva ya bastante camino recorrido. En Santa Cruz, cientos de maestros han sido reemplazados por profesores traídos especialmente desde otros distritos con la cabeza y la vocación puestas en la ideologización de los educandos. Ya lo dijo el vicepresidente García Linera, que algún día verá ondear la bandera wiphala en todo el oriente boliviano y eso no es lo negativo, sino que aquello será una imposición a costa de los símbolos que identifican a la gente de esta parte del país, que se quedará sin derecho a expresarse, sin la posibilidad de generar una identidad y su única salida será la de asimilarse a otras manifestaciones. Lo de “plurinacional” debería cambiarse por la “aymarización”, el verdadero sentido de esta nueva etapa de la conquista del poder, cuyo objetivo es dominar la cultura y arrancarle el alma a los pueblos. Se trata del ataque más artero contra la libertad.
Ojalá el cambio en la educación sirviera para insertar a Bolivia en los desafíos de la sociedad moderna. Que se debatieran contenidos y también que se discutiera la calidad de la enseñanza. Alguna vez dijo un ministro que las escuelas bolivianas formarían pequeños “sociólogos” ¿para qué? Para seguir produciendo leguleyos, en lugar de preparar a los niños para la globalización, para interactuar con chinos y europeos, para manejar nuevas tecnologías, enfrentar a la ciencia sin complejos y contribuir a la única revolución que va a prosperar, que es la del conocimiento.
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