Zelaya optó por desafiar a la Corte Suprema de Justicia, a la fiscalía, al Tribunal de elecciones- el único habilitado constitucionalmente para conducir el proceso de consulta-; al parlamento abrumadoramente contrario a la iniciativa presidencial, y se puso al frente de todo el sistema institucional. Estaba claro que este desprecio a la ley y las instituciones sólo puede explicarse por motivaciones políticasy de poder. El cálculo de Zelaya era ganar en la consulta y luego constreñir al Congreso Nacional a aprobar la convocatoria a la Asamblea Constituyente- que no reconoce la CP- ; proceder a los cambios “revolucionarios” para “refundar” el país, y habilitar la reelección presidencial, igualmente prohibida por la actual constitución hondureña. Todo esto según un libreto muy conocido de gobernar desde la calle.
Sin lugar a dudas, el caso hondureño nos remite a las vulnerabilidades de la democracia en América Latina, que son muchas, y entre ellas lo que desde el poder se hace con ella o contra ella, diariamente. La democracia puede hundirse súbitamente por un golpe o una acción rápida, pero puede también perecer poco a poco. Con ello aludimos a gobiernos denominados “populistas” en sus distintas vertientes, cuyo común denominador es su profundo desprecio al Estado de Derecho, sin el cual no hay democracia, por lo menos en los términos generalmente aceptados en las institucionales internacionales más relevantes como la OEA, NN.UU, la UE.
La violación de la ley en este tipo de gobiernos es ya una norma práctica. Es decir, no pueden gobernar sin violar la ley convencidos de que son “el pueblo” , cuya soberanía- de la que se apropian- les otorgaría el derecho de creer que están “soberanamente” por encima de la ley. Pero allí donde no hay principio de legalidad es el reino de la fuerza, que es el umbral de la violencia siempre destructiva. El respeto al Estado de Derecho sigue siendo un exotismo en buena parte de la América Latina.
Lo inquietante de esta violación de la ley desde el poder es el comportamiento de muchas instituciones internacionales, que prefieran mirar hacia otro lado, como si el hecho de ser una violación paulatina la hiciera más tolerable. Parecería que es suficiente el origen democrático de los gobiernos para suponer que gobiernan democráticamente. A ello parece sumarse una suerte de mala conciencia con los excluidos de siempre y reivindicados por los gobiernos “populistas”, para ser indulgentes con los quiebres a las “formalidades” legales, asumidos como costos de un parto doloroso pero necesario.(hemos ofrecido un fragmento de su comentario aparecido en www.ej.org)
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