Hace ya tiempo atrás el Estado boliviano ha sido modificado en su denominación por Estado Plurinacional de Bolivia, una región en la que se ha incluido de manera correcta a las diversas individualidades que componen este espectro de personas que son las y los bolivianos.
Si bien en su momento (y hoy también) llega a sonar exagerado el querer cambiar el nombre al país, la intención –tratando de ver desde la óptica de la inclusión– se supone positiva.
Este cambio derivó en un sinfín de normativas nuevas, visiones instauradas o impuestas que se prendieron al país procurando arrasar con lo pasado, al que erróneamente se tachó automáticamente de malo o negativo bajo el rótulo de colonización y por ende dañino para lo originario, y que produjo muchas complejidades tanto políticas, como sociales y por supuesto económicas.
Tras ese paso inicial el país ingresó, fruto de una bonanza económica que no era ni imaginada por Gobiernos anteriores, en una época en la que el Estado ostenta indicadores macro económicos destacables que lamentablemente no se reflejan en el bolsillo del ciudadano promedio, hemos ingresado en la era espacial con un satélite propio cuyos resultados aún no se ven y el Presidente del Estado ha inaugurado varios emprendimientos públicos en el campo de la producción que son promesas a futuro.
Si no fuese por la realidad del paso a paso en el que un vecino se lamenta ante otro por el incremento de los precios y por la falta de solución a ciertas necesidades básicas, el Estado Plurinacional pareciese apuntar realmente a mejores días, pero suficiente fue que la naturaleza nos recuerde quien es realmente la dueña de este mundo y cobre su vigor y llueva sin medida en ciertas zonas del país, para dejar de lado los indicadores de desarrollo que otrora eran enarbolados como solución a todo mal.
Y es que al que vio su casa inundada o perdió a un ser querido por un derrumbe, no le interesa mucho un satélite que le mejore el Internet, tampoco le es útil saber que el Presidente tiene nuevo avión o nuevo coche de seguridad, o que existen recursos públicos que se emplean en campañas políticas y no en ayudar. El que está afectado por una desgracia no resulta un buen analista del estado macro del país, sólo sufre y lo que quiere es aliviar su desgracia
Aquí de nada sirve el Imperio, la oposición ni el oficialismo, lo que se pretende es ayudar. Entidades como Defensa Civil reciben anualmente cierta atención del Gobierno, pero la misma resulta escaza a la hora de medir las consecuencias a las que, año tras año, se enfrentan ciertos sectores poblacionales. Si tenemos tan buenos indicadores macro, ¿por qué la ayuda que podemos dar a nuestros propios hermanos es tan reducida?
Nuestra capacidad de respuesta ante cualquier desastre, no sólo los climáticos, háblese de incendios, llámense deslizamientos, imagine una riada, una ruina de edificio, cualquiera de estos o todos juntos, es una capacidad reducida, nuestros bomberos no tienen los equipos ni la capacitación necesaria, nuestra Policía nacional lleva a sus efectivos en camionetas descubiertas y con recursos miserables que muchas veces no les alcanza ni para la gasolina, los salarios de todos estos son ínfimamente menores a los que ganan los “padres de la patria” que sentados en sus curules hacen política.
Por esto, estimado lector, por esta realidad tan dura, el Estado Plurinacional no es tan distinto al Estado Republicano, porque las desgracias en uno o el otro siguen llevando sufrimiento y dolor sin que la situación mejore.
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